‘- ¿Qué opina, inspectora?
La mujer se tomó unos segundos para salir de su mente y reconectar con el mundo real. Tras un largo soplido, que parecía querer expulsar el exceso de calor generado por la combustión de sus pensamientos transformándose en conclusiones; pero sin modificar aún su postura de concentración ni apartar la mirada del monitor, respondió con contundencia:
– No es la chica que buscamos.
Ante esta afirmación, su compañero no pudo evitar mostrar un leve gesto de sorpresa, que rápidamente dio lugar a una nueva pregunta:
– ¿Está usted segura?
El escepticismo de su colega logró que la inspectora Arranz abandonara por fin su pose para girarse hacia él y mirarle a la cara. En ella se apreciaban un par de ojos brillantes por el reflejo de la luz que emitía la pantalla que ambos llevaban rato explorando en busca de información, de pistas que dieran veracidad a sus deducciones. Y tras un nuevo resoplido, resultado de los atareados pensamientos que recorrían la mente de la mujer, formuló su respuesta:
– Estoy segura. Fíjese en su mirada: es errática, como si intentara evitar los ojos del hombre. Sus pupilas no se dilatan al mirarle. No muestra indicios de conexión emocional.
– ¿Y si es mero nerviosismo? Mire cómo juega con los rizos de su pelo. Es un gesto asociado típicamente con un sentimiento de atracción.
– Cierto, pero no creo que sea así en este caso. Observe su postura corporal. Tiende a reclinarse hacia atrás, alejándose de él. Cruza las piernas y los brazos de manera inconsciente. Y, por si eso fuera poco, apenas sonríe.
A medida que la inspectora exponía sus argumentos, el joven oficial de policía veía cada vez más claro que la mujer llevaba razón. Y, sin embargo, aún no quería darse por convencido.
– Pero ¿y qué hay de sus palabras? No sólo parece escuchar lo que él dice y responderle con amabilidad y coherencia, sino que además le dedica cumplidos con facilidad.
“Ay, Díaz…” – pensó ella. “Siempre tan inocente”.
– En eso tiene razón, querido amigo. Pero no olvide que la verdad se esconde no en lo que se dice, sino en lo que no se dice. Si se fija mejor, observará que las respuestas de la chica son escuetas y al grano. No muestra interés en desarrollar la conversación; y de hecho, ha sido él quien ha roto cada silencio… No es nuestra chica, créame.
Tras unos segundos fugaces en los que el joven intentó buscar sin éxito algún contraargumento, las imágenes que observaban cambiaron su cariz. Mostraban ahora a la chica de la grabación en un primer plano, sola, prestando declaración ante la cámara. Y fue esta declaración la que confirmó las sospechas de Arranz, dejando al oficial ligeramente decaído.
– Habrá que seguir buscando… – concluyó el policía con un suspiro.
– Eso parece. Pero no desespere, Díaz, al final daremos con ella. Y dígame, – añadió tras una breve pausa – ¿cuánto tiempo lleva su hermano probando suerte en estos programas de citas?