Cómplices
Zamuel Afonso | Yzac1

Si su Señoría, juramos decir solo la verdad y nada más que la verdad.
Trescientos veinticuatro días aproximadamente teníamos que esperar cada año para poder salir de esa deprimente gaveta de armario de cedro libanés. Nos costaba mucho entender el porqué siendo manufacturados con los mejores cueros de procedencia italiana que existen y un confortable interior de algodón egipcio, estábamos destinados a pasar nuestra vida encerrados en una infausta gaveta.
Siempre fuimos los favoritos de Salvatore, nuestro dueño, o eso creíamos, y como todos los años había llegado nuestro gran día, solo salimos de ese armario para ocasiones muy especiales, pero esas ocasiones las disfrutábamos tanto que se nos olvidaban los días que pasábamos en esa oscura y soporífera gaveta.
Esa noche el termómetro marcaba -2º, salimos de casa cumpliendo nuestra función, proteger las manos del respetado Señor Salvatore Ferro, caminando por la emblemática calle Serrano del barrio Salamanca, nos dirigimos rumbo al número 91, donde Salvatore había quedado con sus amigos para cenar en Lamucca y ponerse al día, como todos los viernes.
Como siempre fuimos los últimos en llegar, pero eso daba igual porque una vez dentro del restaurante, Salvatore tenía su silla presidiendo la mesa. Nos quitó de sus manos con suma delicadeza y aún con el olor del puro habanero que se fumaba mientras caminaba hacia la cita nos puso a su diestra en la esquina de la mesa, perfectamente colocados uno sobre el otro.
Esa noche algo no iba bien, después de unas cuantas copas de vino, se notaba la tensión en la mesa, el señor Salvatore nos enfundó en sus manos, se levantó y fuimos al baño, le siguieron Giuseppe (su mano derecha), Dominicco (el novato) y Enrico (el consejero).
Lo ultimo que recordamos en ese baño, es que Salvatore metió una de sus manos en el bolsillo izquierdo de su gabán, saco a su «niña consentida» y acto seguido el sonido de un disparo, también escuchamos a una dama de alta alcurnia gritar con voz estrepitosa ¡llamen a la policía!
En ese momento todo fue un caos y cuando una patrulla de la policía llego al lugar, pidieron a todos los que aún se encontraban dentro que fueran saliendo del restaurante con las manos arriba. Por supuesto Salvatore ya se había marchado y nos dejó allí abandonados junto al cadáver de Dominicco, encima de la tapa del váter, como si fuésemos cualquier par de guantes de esos de piel sintética que por dentro ponen «Made in China»
Jamás pensamos que se nos acusaría de ser cómplices directos de tan semejante barbarie, ya que gracias a nosotros, el respetado señor Ferro, no dejaría huellas en la escena del crimen ¿o sí?
Y ahora, un año mas tarde, nos encontramos en una comisaria del barrio Salamanca, metidos en una bolsa de plástico con cierre hermético, como una prueba más. Sin poder demostrar nuestra inocencia en tan horrible asesinato y echando de menos aquella gaveta de cedro libanés de la que tanto nos hemos quejado.
Nada más que alegar su señoría.