Con mis compañeros siempre
Fernando Muñoz | Alias Clarín

Desde el frío recuerdo de su última vez, ‘L’ sabía que nada volvería a ser igual. La angustia martilleaba su pecho al ritmo de la sirena que atronaba sobre el techo del coche patrulla. Giró la cabeza a su izquierda y vio a su compañero con los ojos cegados por la adrenalina y la rabia. Pudo decirle algo, pero solo lo pensó. «Cálmate, novato. Esto no va contigo».

Prefirió callar. En su memoria, la noche de hace tres años en la que comenzó lo que en pocos minutos iba a terminar. Por entonces ‘L’ era todo impulso y nervio, fiereza y terquedad. En la noche de hace tres años a su izquierda no iba un novato; él era el novato. De aquella maldita hora todavía recordaba el odio que le habían inoculado sus nuevos compañeros de Unidad y que le desbordó el uniforme hasta acabar sobre la nuca del detenido. Un golpe seco. El charco de sangre. Un flash de segundo que le nubló sus tres últimos años.

«Donde todo empezó, todo acabará». La idea le bombardeaba la cabeza. «Debe acabar. Acabará». ‘L’ miraba a su izquierda y veía al novato conducir colérico mientras él solo podía pensar en que todo saliera como había planeado. Tres años imaginando este momento, diseñando cada movimiento, cada pequeño detalle para que todos los caminos desembocaran en el mismo jardín de la misma casa donde todo empezó. Donde todo iba a terminar. Con el último volantazo y el chirriar de ruedas enfilaron la calle 13 y al fondo pudo divisar la silueta del comisario en la puerta de la casa roja. La luz que escupían los faros del coche patrulla dibujaba su silueta como un gigante sobre la fachada. Exactamente en la misma postura que aquella noche maldita. ‘L’ saltó del coche, acarició su arma con la mano derecha y al enfilar el portón del garage rozó el largo chaquetón del comisario, que no se inmutó.

“Pam. Pam”.

Dos disparos como dos letanías. Largos, pesados, eternos. El eco atravesó la noche y no terminó hasta que el cuerpo de ‘L’ se derrumbó sobre la alfombra tamizada de ceniza y colillas. Todo se había terminado como empezó. Con dos disparos sobre una nuca inesperada. Sobre un hombre que no sabía que aquella noche iba a morir. La trampa que ‘L’ había preparado para sus compañeros de Unidad corruptos, esos compañeros que le robaron la ilusión de ser un buen tipo al inocularle el veneno del odio, se le volvió en contra. Dos disparos secos. Una cabeza que asoma por la ventana. Un leve asentir por el trabajo concluido.
“O conmigo o como él”, escupe el comisario a la cara del novato, que todavía tiembla.
“Con usted, claro”.