Confesión
Jose Ángel Zamora Cobo | angelu25

Está bien.
Confesaré…
Lo de la sangre en el baño fue culpa mía.
Mi novio llevaba tiempo insistiéndome en ir a aquel restaurante.
La cálida luz que provenía de las lámparas recorría cada rincón: era capaz de reflejarse en las tuberías decorativas o las copas de cristal, de calentar la piel del largo banco que recorría varias mesas, de hacer acogedora cada silla de madera o incluso de esconderse entre los verdes maceteros delicadamente posicionados para ofrecer intimidad. Mi mirada estaba perdida en una de las aes de neón que colgaba del gran ventanal que daba a la calle. Quería irme de allí y, por más que se lo dijera, le daba exactamente igual.
A él le bastaba con que fingiera estar bien. Le juro, señor agente, que me resultaba imposible por culpa de la droga que me obligaba a meterme el psiquiatra. Esa mierda era mi problema, no la puta depresión. Es por eso que hace dos días dejé de tomarla, ocultando cada pastilla bajo mi lengua hasta que podía escupirlas por el retrete cuando estaba sola.
Cada vez que mi novio me insistía en que lo mirara, bajaba momentáneamente la vista hasta la altura de sus hombros, fijándola en el agujero en la piel del banco en el que estaba sentado. No me comprendía, al igual que no entendía que ya no pudiera acostarme con él.
En cuanto le sirvieron la hamburguesa con patatas que había pedido aproveché para ir al baño mientras traían lo mío. Estaba vacío. Eché el pestillo, que funcionaba a la perfección, me senté en el retrete que estaba sorprendentemente limpio y cerré los ojos. En aquel zulo sentí que podía respirar.
Al rato, los insistentes golpes en la puerta acabaron por hacerme volver de mi mundo. Al parecer, había perdido la noción del tiempo. Hasta tal punto que mi novio tuvo que llamarlo a usted. No sé si por la autoridad de su voz, por cómo aporreaba la puerta o porque me lo llegase a decir… pero tardé poco en percatarme de que era policía.
Me incorporé asustada, apoyándome sobre el lavabo con las dos manos. Al verme a mí misma grité con todas mis fuerzas. Desde que me violaron no soporto mirarme. Odio mi cuerpo. Y para destruir esa imagen, rompí el espejo de un puñetazo.
El ruido que provoqué le llevó a reventar el pestillo de un disparo. Aun así, no le dio tiempo: yo ya había cogido un afilado cristal y no pudo impedir que intentara suicidarme.
No quería que mi novio viera aquello pues en el fondo lo quería, pero no me había dado ninguna elección.
Sé que usted cree que consiguió evitarlo al final, pero lo que no recuerda es que mientras brotaba la sangre de mis muñecas, cuando entró, le clavé el cristal con el que me rajé en su pecho. Señor agente, usted murió desangrado. Al igual que yo.
Como le dije al principio, yo no quería estar allí.