CONFESIÓN
Diego Carrasco Gómez | Diego Carrasco

Con el cadáver aún en la cama, el inspector Lora curioseaba las redes sociales de la fallecida, intentando reconstruir sus pasos de la noche anterior. Un agente llegó corriendo desde Recepción.
– Jefe.
Las cámaras del hotel mostraban al acompañante de la joven fallecida entrando con ella al edificio y saliendo solo poco después. Al comprobar los datos del registro de la habitación no quedaron dudas: era él.
– Bingo.
Lora fue directo al trabajo del joven, que parecía estar esperándolo. Apenas dos horas después de que el servicio de limpieza del hotel encontrara el cadáver, el principal sospechoso ya estaba siendo interrogado.
– Ya se lo he dicho cien veces. ¡No sé qué pasó! ¡No lo sé! Pero yo no fui, ¡joder!
– Tendrán que ser ciento una. Díganos: si usted no fue, y no sabe qué pasó, ¿por qué no pidió ayuda?
El sospechoso, rendido, confesó.
– Nadie podía saber que yo estaba allí, era un secreto. Si alguien se enterara sería el fin.
– Mira, chaval, o nos das más datos o te va a ser muy difícil convencernos de lo que nos cuentas.
– ¿Usted nunca ha engañado a su mujer? ¡Joder, estoy harto de acostarme con mi novia! Por eso estaba allí, con esa chica. Puedo ser infiel, pero no un asesino.
– Insuficiente, chaval. Vamos a parar un ratito, pero puedes ir adivinando dónde dormirás hoy.
Mientras abandonaba la sala de interrogatorios, el joven gritó:
– ¡Díganle a Sara que lo siento!
Lora no podía dejar de pensar en esa pobre chica. El sospechoso quería echar un polvo. Todo apuntaba a que la drogó, se dio cuenta de que se había pasado con la dosis y huyó. Fue entonces cuando el inspector reparó en las últimas palabras del interrogatorio. Sara. También podría haber muerto ella. Por qué no. Era la novia de un asesino de mujeres, o sea, víctima potencial. Quiso ponerle cara, y al buscarla en las redes sociales, quedó blanco: ya le había puesto cara antes.
De nuevo en la sala de interrogatorios, preguntó a quemarropa:
– ¿Desde cuándo lo sabías?
Sara no podía creerse que estuviera allí.
– ¿Desde cuándo sabías que tu amiga y tu novio estaban juntos?
Silencio.
– Lo sabías. Sabías que estaban juntos y quisiste vengarte. La mataste a ella y nos hiciste creer que fue él. Pero fuiste tú. ¡Sé que fuiste tú!
Sara estalló, desolada y culpable.
– ¡Esa zorra se lo merecía! ¡Y él tendría que estar muerto también!
Tras una pausa estratégica de Lora, Sara continuó.
– El muy cabrón me dijo que esa noche no vendría a dormir. Por el trabajo. ¡Y una mierda! Yo sabía que estaría con ella. Así que lo preparé todo. Quedé a comer con ella y, en cuanto se descuidó, le vacié los somníferos en la copa. Harían efecto en horas. Ya estaría con él. Ellos se lo merecían, ¡no yo!
Satisfecho, Lora cerró el caso. Quizás esta victoria fuera útil para que Asuntos Internos olvidara por fin aquel error mortal.