Corazón rojo
Juan Antonio AlvarezAvalos | Juanyi

No tuvo la culpa mi adición a las novelas policíacas. Debió haber sido un servicio más entre miles, pero no fue así. Se movía nerviosa, ahora sé que era miedo, jugueteaba incesantemente con un precioso llavero supe al preguntarle que lo había hecho ella y que alguien especial tenía otro, pero era un amor imposible. Era un corazón rojo tallado en madera con su nombre grabado dentro. Minutos más tarde Carmen Lara abogada de éxito yacía muerta en el frío suelo de su casa. Cinco malditas puñaladas en pecho y abdomen tuvieron la culpa . Y yo , cómo no en medio del lío. Había visto salir de su casa al asesino mientras esperaba otro cliente, aunque aún no lo sabía de eso se encargó la subinspectora Arjona de que me enterara, me acogió bajo su ala era su testigo estrella, ese mismo día repetimos el recorrido de nuevo en mi taxi, la acompañé siguiendo los pasos del desconocido que vi salir de la casa de Carmen aquella fría noche, cuál fue mi sorpresa que incomprensiblemente encontramos una bolsa en una canalización, dentro estaba el abrigo que llevaba puesto el individuo y el arma homicida. El abrigo resultó ser de su prometido Roberto Casares, un hombre quince años mayor que ella , de dudosa moral empresarial dueño de una cadena de joyerías y el arma ensangrentada tras el análisis contenía sus huellas. Los medios de comunicación como buenos depredadores se ensañaron, la presunción de inocencia desapareció en el momento que se habló de violencia machista, en aquel juicio paralelo tertulianos y ministros exigían un castigo ejemplar que no tardó en producirse. Las pruebas eran contundentes, no tenía coartada demostrable, sus huellas estaban en el arma, no se había forzado la entrada y su abrigo yo dije que lo llevaba en el juicio, por todo ello fue condenado… Asesinato agravado por ensañamiento. Arjona con su mirada lobuna escuchaba el dictamen del juez, había cumplido cazando al malo y la justicia lo castigaba a pasar veinte años de prisión. Pero maldita la hora cuando me ofrecí a llevarla a su casa al salir del palacio de justicia, maldita mi suerte cuando ella sacó las llaves en su puerta, maldita mi inocencia al no saber disimular al ver el llavero igual que el de Carmen, un corazón rojo tallado a mano dentro contenía el nombre de Arjona. Al verla caminar alejándose con su uniforme policial y la gorra, no tuve dudas estaba convencido, fue ella, era su amor imposible. Lo peor de todo ella sabe que lo sé, su mirada gélida al despedirse no preciaba nada bueno.