Corruptos
Ainhoa García Ibáñez | Ainhoa

—¡Corre!¡Corre! —Grité con todas las fuerzas que pude pedir prestadas a mis piernas.
—No puedo más, sigue tú. Olvídate de mí y sálvate. —Trató de convencerme Sonia.
Quedaban solo unos metros y estaríamos fuera de su alcance. Ya podíamos sentir el cosquilleo de la libertad en la punta de los dedos, y me negaba a rendirme, no la dejaría atrás aunque me costase la vida.
—Ni se te ocurra rendirte, ¡Me oyes! Ya casi estamos.
Le ofrecí mi mano y la agarró resignada, pero al tirar de ella sentí como se iluminaban sus ojos con una renovada esperanza.
Las voces de los policias que delatamos estaban cada vez más cerca. Nos pisaban los talones cuando llegamos a los pies del muro. Yo sabía que estábamos perdidas, y la empujé, la empujé hacia arriba con mi último aliento y pude ver cómo caía al otro lado, lejos de las balas. Sonreí al cerrar los ojos bajo las estrellas, sintiéndome libre con ella. Nuestros caminos se separaban aquí, pero la amistad que nos unía desde pequeñas no moriría conmigo.