—Chop, chop. Todo picadito, usando este imprescindible modelo en tabla de cortar de sílex, ultra suave, ultra…
— ergonómica y al mejor precio—, interrumpe Miss Moon, — Hasta yo me lo he comprado. Francamente, insuperable. Llama ya y recibirá un jugoso descuento del……
— ¡Del treinta por ciento!—, terminó Miss Star eufórica, desde la pantalla del televisor.
Chop, chop, Miss Star. ¡Increíble cómo has envejecido! Pero tienes razón: esta tabla es la mejor. Tía estará contenta. No sé si preguntarle. Mejor la dejo descansar, pobrecita. No ha dormido en toda la noche. La despertaré para comer. Además, el calor seco de este desierto es el demonio. Deja la piel tirante. Y eso que nos ponemos crema una y otra vez. Tío el pobre, hoy no se queja, porque le insistí con la crema , ¿sabe Miss Moon?; le unté, cómo hace él conmigo, untarme sin parar, para no quemarme, a pesar de que no puedo salir de casa, por las habladurías y porque me calcinaría como una salchicha, y «no queremos que te pase nada malo, cariño. Dios te castigó siendo albino». Así que estoy preparando un plato especial, para que me perdonen. Por eso te compré esta tabla en la teletienda.
—Lo mejor de esta fabulosa tabla de cortar es la facilidad del lavado, ¿No crees, Miss Moon?—, seguía la televenta.
—Sí. Y se puede lavar con productos de limpieza más potentes para la máxima desinfección —, concluyó Miss Moon.
Miss Moon. Toda una señora. Tía lleva el mismo corte de pelo desde los diecisiete años, vieja ridícula. No puedo decir, ¿sabe Miss Moon? Usted sí que está estupenda, y me alegro que me haya recomendado esta tabla de cortar, que limpiaré luego con el amoniaco que usé anoche para Tío. No quería tragárselo, el muy bobo. Sólo quería limpiarle la boca. Siempre dice que soy el pecado. Es cuando usa la crema que compra Tía. Le pestañea picarona, con esa ridícula sombra de ojos turquesa que no se va a poner más. Le arranqué los párpados; para eso y para que no le quite los ojos de encima a Tío, cuando me embadurna el cuerpo, salido como un perro. Los vecinos lo deben saber y miran con asco. Murmuran cosas. Pero yo no tengo la culpa y no dejaré que nadie me llame pecado nunca más.