CRIMEN IMPUNE
Ricardo Mateos Santos | Ricman

Soy científico pero no soy experto forense. Sin embargo aquí estoy sosteniendo un cráneo entre las manos. Un cráneo humano con claros signos de violencia. Sin duda alguna la perforación que presenta en la parte más baja del parietal derecho provocó la muerte instantánea de este individuo.

Por lo que puedo observar, la víctima se encontraba trabajando con sus manos justo en este mismo sitio. Los materiales y piezas que hay distribuidos por el suelo indican que estaba haciendo algún tipo de arma. Quizá ya intuía algún peligro o se sentía vigilado. Sin duda alguna, quería estar preparado.

Me lo imagino aquí, sentado en este mismo lugar: oye un ruido. Levanta la cabeza y trata de dejarse llevar por su instinto. Seguramente no era un ruido esperado o familiar. Durante un buen rato observa a su alrededor con los sentidos agudizados por haber vivido siempre en plena naturaleza. ¿Quién podría estar merodeando este apartado lugar? Quiero imaginar que él siempre había vivido en esta cueva, a veces acompañado por alguien de paso, posiblemente solo en la mayoría de las ocasiones a juzgar por los restos que se han encontrado en el interior. Seguro que le gustaba pasar tiempo justo aquí, en la misma entrada de la cueva y, lo más probable, es que fuera precisamente para estar al acecho de sus posibles enemigos o, simplemente, para estar atento a cualquier peligro. Pasado un rato sin que nada ni nadie apareciera, ni siquiera un animal, volvió a distraerse con su trabajo.

En ese mismo instante su muerte apareció, a traición, de forma muy violenta. No es fácil atravesar un cráneo. Yo mismo he estado haciendo pruebas en el laboratorio, tal y como hacen los forenses, y he tenido que incrementar la fuerza, golpe tras golpe, hasta conseguir la energía y eficacia suficiente para producir un efecto similar. En este caso, no hubo varias oportunidades. Tan solo fue un golpe certero el que acabó con su vida. Un martillo, un hacha o tal vez una simple piedra bien escogida. Una piedra con el tamaño y peso adecuado también podrían acabar con la vida de cualquiera.

La viscosidad de su cerebro no tardaría en asomar por el tremendo agujero mientras su vida escapaba de su cuerpo y, menos tiempo aún, invertiría su verdugo en desaparecer tan ágilmente como había entrado en escena. En este lugar tan remoto es muy improbable que hubiera testigos y, si los hubo, dejaron a este pobre infeliz aquí tirado hasta que fue encontrado recientemente, por pura casualidad, totalmente enterrado por el paso del tiempo.

Sin embargo, analizando sus restos no parece que hubiera llevado mala vida. No hay rastro de enfermedades importantes aunque es cierto que se fue de este mundo siendo bastante joven. No recuerdo el filósofo que dijo “la brutalidad es tan antigua como la humanidad” pero no puede ser más cierto. Poco después de la última glaciación alguno de los supervivientes buscaron refugio en estas tierras y, 7000 años después, este crimen quedará impune.