CRUCES EN PARIS
Antonio Alaminos | R3D

La ciudad de París se encontraba sumida en el terror. Una serie de asesinatos brutales y explícitos había puesto a la policía en alerta máxima. Las víctimas eran encontradas en lugares públicos, cada una con un mensaje bíblico tallado en su piel, como si el asesino quisiera enviar un mensaje. El modus operandi dejaba claro que el culpable mataba en nombre de Dios, castigando a aquellos que consideraba pecadores.

La inspectora Claire Moreau, una mujer tenaz y experimentada, fue asignada al caso. Con cada nueva víctima, la presión para atrapar al asesino en serie aumentaba, y Claire comenzó a sumergirse en el oscuro mundo de los fanáticos religiosos en busca de pistas.

Una noche, mientras examinaba las pruebas en su despacho, Claire notó un patrón en los mensajes dejados por el asesino: las citas bíblicas coincidían con los pecados capitales. Con este descubrimiento, la inspectora pudo predecir cuándo y dónde se cometería el próximo asesinato.

Sin perder tiempo, Claire y su equipo se dirigieron al lugar donde esperaban encontrar al asesino en acción. En una iglesia abandonada, se toparon con una escena dantesca: una mujer atada a un altar, a punto de convertirse en la siguiente víctima. El asesino estaba allí, oculto en las sombras, listo para llevar a cabo su retorcido ritual.

Claire ordenó a sus hombres que rodearan el lugar, mientras ella se enfrentaba al asesino. Para su sorpresa, la figura enmascarada que salió de las sombras era una mujer. Con voz fría y desafiante, la asesina declaró que estaba cumpliendo la voluntad de Dios, purgando a los pecadores de la tierra.

La inspectora intentó razonar con ella, explicando que no tenía derecho a juzgar y castigar a otros en nombre de Dios. Pero la asesina estaba convencida de su misión divina y se abalanzó sobre Claire, empuñando un cuchillo ceremonial.

Después de una lucha intensa, Claire logró desarmar y someter a la asesina. La mujer fue arrestada y llevada a la comisaría, donde se descubrió que sufría de esquizofrenia y alucinaciones religiosas. A pesar de las pruebas en su contra, la asesina continuó proclamando su inocencia, alegando que solo cumplía con la voluntad de Dios.

El caso de los asesinatos en serie en París llegó a su fin, pero dejó una profunda cicatriz en la ciudad. La gente comenzó a cuestionar la verdadera naturaleza del bien y el mal, y la delgada línea que separa la fe de la locura.