Vuelve a llamarla una vez más en cuanto sale a hacer un descanso. Ya es la cuarta vez que lo hace en la última media hora.
—¿Lo de siempre, jefe?
—Sí, por favor, Marcial. El café bien cargado, que esta noche no he pegado ojo.
Y no lo ha hecho. Le ha tocado dormir en el sofá, y sobre las cinco de la mañana ha decidido pegarse una ducha y volver a la comisaría. Adelantar trabajo siempre le hace sentir bien, pero ahora está para el arrastre.
—¿Mala noche? —El camarero deja el café sobre la barra y lo acompaña de tres porras.
—Mala vida, Marcial. Muy mala vida —dice mientras le hinca el diente a la primera.
Marcial sonríe de medio lado dejando a la vista una dentadura trasnochada y mal cuidada.
Armando decide mandarle un mensaje de voz.
«Lucía, soy yo. Otra vez. Solo quería decirte que siento mucho la discusión de anoche. Fue una tontería y creo que los dos sacamos las cosas de quicio. Pide hora en la clínica esa, aunque el tratamiento sea caro. Digo yo que para algo trabajamos, ¿no? Seguramente volveré esta tarde antes a casa. Espero que no sigas cabreada. No resistiría otra noche más en el sofá. Te quiero, gordita»
Envía el audio echando un vistazo a un lado y al otro. Si cualquiera de sus compañeros lo escuchara hablando así perdería la mala fama que tiene como jefe cabrón.
Le da un sorbo al café y acto seguido se mete de un bocado casi media porra en la boca.
Le suena el teléfono, pero después de comprobar que es de la comisaría decide darle la vuelta y dejarlo sobre la barra.
—¿No lo coges, jefe? —pregunta Marcial cortando un trozo de tortilla de patata para otra mesa.
—Llevo ahí metido desde las cinco y media de la mañana. No me dejan ni desayunar tranquilo, coño.
—Tienes toda la razón. Lo que sea que haya sucedido que espere.
Armando no tiene claro si es un comentario empático o si Marcial, que también lleva en pie desde primera hora de mañana, está pensando… «Así va este puto país, que te pasa algo y la policía se queda desayunando tranquilamente».
Ambos escuchan la sirena de un coche patrulla, seguramente saliendo de la comisaría. Armando le da la vuelta al móvil y se encuentra con cuatro llamadas perdidas.
—Joder —masculla llevándose la taza a los labios y acabándose el café de un solo sorbo.
—Apuntalo en mi cuenta, mañana te lo pago.
Marcial levanta ligeramente la cabeza a modo de despedida y Armando sale arrastrando los pies y contrariado. Sin que nadie haya tenido la ocasión de decirle que se ha cometido un crimen. Que alguien ha empujado a una mujer en el metro y que por mucho que insista en llamar a Lucía, ella ya no podrá coger el teléfono, ni escuchar el audio, ni concertar la cita en la clínica de fertilidad.
Lucía yace en las vías del metro, desmembrada, víctima de un cabrón al que su marido perseguirá hasta agotar su último aliento.