Cuando me pongo a escribir
Cuando salí del portal noté una ráfaga de aire frío que me hizo tiritar. Me abroché la cazadora y levanté las solapas del cuello. Empecé a caminar distraídamente calle abajo.
Atardecía, el sol apenas calentaba ya a esas horas. Los comercios aún permanecían abiertos y una gran cantidad de transeúntes seguían entrando y saliendo de los establecimientos.
A pesar de la temperatura y de llevar las manos en los bolsillos agradecía el aire fresco. Tenía la cabeza a punto de estallar, un cúmulo de palabras revoloteaba dentro de ella, palabras que intentaba domesticar para mi libro y que en vano durante casi todo el día frente a mi ordenador no había conseguido atrapar.
Necesitaba salir y despejarme de ese modo quizás conseguiría que las ideas se ordenarán en mi cabeza y al llegar a casa volcar mi alma dejando que las palabras brotasen como el agua de una fuente y que la magia al fin ocurriera.
Escribir me hace sentir viva, pertenecer a algo. En cada relato, en cada historia vierto algo de mi alma, algo secreto, algo único.
Cada letra, cada palabra sobre el papel es oro líquido que mana fruto del esfuerzo y dedicación del escritor.
Deluna