Culpable : yo mismo
Alicia leon perea | Leona

En esta historia de crimen solo hay un culpable, yo mismo.
Detrás de mí no queda un reguero de pistas, ni un rastro de huellas, no había testimonios incriminatorios ni un testigo que pudiera declarar en mi contra.
Sin embargo, el autor material, la acompaño por la calle, la había convencido para charlar en el más alto mirador de la ciudad, para pedirle explicaciones, para arrojarle todos sus reproches, para acabar con la vida que no merecía vivir. Los efectos de las drogas la dejaron sin defensas, no dejaba de llorar y las palabras la empujaron, sin la más mínima compasión, hacia el abismo.

El plan había sido trazado meses antes, cuando se hizo “carne y huesos” en la mente de mi padre. No podía perdonar a su hija por mi muerte, la de su propio hermano.
Le humillaba la perdida de su hijo preferido, el héroe de la casa, el orgullo de su existencia desde el mismo momento de su nacimiento. Ella, sin embargo, encarnaba la debilidad, la cobardía y la envidia, que siempre me había profesado por llevarme todo el cariño de su padre.
Mi madre murió en el parto de mi hermana, dos asesinatos perpetrados por la misma persona no podían quedar impunes a los ojos de mi padre. Ella le había arrebatado todo lo que amaba y le correspondía con el carácter más indolente de todos. Las drogas y el sexo compulsivo la habían acompañado aún más ferozmente desde que yo me fui. En su huida había colmado de dolor a mi padre y la paciencia de este ya no resistía más humillación.

No van a encontrar nunca al verdadero culpable, nunca seré procesado. ¿Cómo un padre podía convencer a una hija de saltar a reunirse con su hermano en una caída de 30 metros de altura?, la respuesta es: gracias al más mentiroso de los hijos que ha dado la tierra, el que conducía completamente ebrio, el que puso a mi hermana en peligro y luego le pidió en el umbral de su muerte un sacrificio; que asumiera la culpa para no destronar al héroe de un padre, que nunca podría asumir la verdad.

Sin embargo, el inspector Ramírez, había seguido el periplo de mi hermana en los últimos años: arrestos por tenencia de estupefacientes y disputas con los tipos más sórdidos de la noche. Cuando llegó a la escena del crimen fue el único que sabía que no había sido un accidente ni un suicidio. Desde hace meses ya sabia quien era el principal proveedor de droga de mi hermana; un antiguo compañero policía de mi padre, que le debía muchos silencios y que suministraba a cambio de sus supuestos chivatazos.
Una manzana envenenada que sabían que esta “Eva” no podría dejar de morder. El anzuelo le condujo al pescador, y eso le hizo relacionar todos los hechos en ese preciso momento:

móvil: el dolor
arma: el reproche
autor: mi padre
culpable: yo mismo