CUL`PABLE
Alegría Corina Hernández Wallinger | Patricia

Cogí la pistola y me aseguré de que había una bala en la recámara; apunté a la sien izquierda. En ese momento sólo pensé en mis hijos; en su vergüenza y su pena, pero era demasiado tarde. Puse la mente en blanco y apreté el gatillo. El estallido del disparo retumbó en la habitación. Un sentimiento de libertad y al mismo tiempo de paralización hizo que no me diera cuenta del hilillo rojo que comenzó a mojar la almohada hasta convertirse en un arroyo que no paraba de crecer.
Sentí un vacío tremendo y al instante, aterrorizada, una necesidad de salir corriendo, no sin antes coger su móvil con las fotos con que me amenazaba. Atrás quedaba una historia vulgar. También quedaba un hombre muerto.

Encontré el texto junto al cadáver. En efecto, yacía en la cama, vestido con un chándal, un hombre de unos cuarenta años, delgado, con una incipiente calva en la coronilla. Y la sangre, aún húmeda, había manchado gran parte de la cama.
Llevo diez años en la policía y era la primera vez que encontraba la confesión de un crimen; pero ¿por quién? No estaba firmada, aunque era manuscrita.
De ella se deducía que había sido una mujer. Tocaba investigar entre los vecinos del muerto.
Una vez la científica confirmó que había sido un disparo a quemarropa, seguramente la pistola apoyada en la sien, se procedió al levantamiento del cadáver y luego hicimos un registro.
No había documentación que lo identifique y tampoco apareció el arma. Habría que esperar a la extracción de la bala para saber el calibre de la misma.
La vivienda estaba situada en los bajos de un edificio de apartamentos alquilados a turistas, lo cual dificultaba la identificación de la víctima a través del vecindario.
Pensamos que no se trataba de un turista, aunque no se hallara documentación; el armario del dormitorio tenía ropa colgada y en cajones; en la cocina, una cafetera casi llena y dos tazas vacías. Lo que hacía suponer que, si no era su domicilio, al menos sería un lugar de encuentros.
Aparentemente el hombre vivía solo, no había indicios de la existencia de una mujer.
La misteriosa mujer, la asesina, ¿se trataría entonces de una amante?
Una vez hecho el registro y llevado el cadáver al anatómico, volví a la comisaría para hacer el informe.
Regresé a mi casa.
Aún faltaba una hora para que volvieran los niños del colegio, sorprendería a mi mujer porque hoy llegaba pronto.
Ella estaba en la ducha. A través de la mampara distinguí su cuerpo todavía joven y pensé que nos vendría bien ducharnos juntos.
Me desvestí y abrí el cesto de la ropa sucia.
El jersey ensangrentado de mi mujer me golpeó en la cara. Recordé que esa mañana había olvidado el arma reglamentaria en casa.