DE CAMINO A LA DULCE CAÍDA A LOS INFIERNOS CON OLOR A BOURBON
Sara Rodado Sánchez | April Nomad

Magui, ya no acostumbraba a tantear con los ojos cerrados y legañosos el otro lado de la cama. No recordaba lo que era compartir el lecho, sentir un cuerpo caliente que irradiara.
Se incorporó y quiso apostar consigo misma en qué parte de la casa encontraría a Silvio y en qué condiciones.
Miró en todas las estancias y posteriormente en el porche y el garaje.
La tapicería del coche estaba húmeda, olía a bourbon.

En la entrada, una nueva muesca en la cerradura indicaba que, Silvio, había al menos tratado de abrir la puerta torpemente.
El felpudo estaba ligeramente levantado. El seto, a su espalda, aplastado por la presión de un cuerpo. Ramas partidas mostraban la evidencia de la caída.
Unas huellas horadaban la tierra. Se perdían en el suelo de terrazo.
Resolvió fácilmente el misterio; un hombre de cuarenta años, buscando la puerta trasera, ebrio, desorientado, con la pierna izquierda más corta que la derecha, por una antigua herida, y una leve cojera. Dicho hombre, se inclinaría, cambiando de trayectoria.

Magui fue hasta la casa del perro de los vecinos guiada por la presencia nerviosa del animal.
Allí encontró a Silvio.
Se introdujo, le profirió una hiriente bofetada y se apartó. Él se incorporó alterado, forcejeando contra el aire.
-Tratemos de volver a casa sin que consigas abochornarme- le espetó con entereza.

Silvio reaccionó a la voz de ella. Al darse cuenta de la realidad, emitió un gruñido apagado y salió arrastrándose de la caseta, renqueante.
No le sirvió de soporte, y él no intentó apoyarse en ella.
Salieron del terreno de los vecinos, sin más testigos que el can.

En la cocina, Magui, le sentó con brusquedad.
Le sirvió café. Lanzó un expediente sobre la mesa.
Él echó la cara a un lado, gruñendo huraño.
Estaba harto de casos cotidianos. Sin embargo, en su día hubo dejado el cuerpo de policía porque no podía soportar la crudeza. Creyó que como sabueso le iría mejor. Aunque la calma, la ausencia de muerte, la normalidad, se le hacía ajena, falsa, engañosa.
Era Magui quien le instaba a seguir.

-Échale un ojo y deja de lloriquear-.
La miro sombrío. Odiaba que su mujer le devolviera el reflejo de su propia debilidad.
Observó el nombre de la portada. No recordaba ese cliente. Frunció el entrecejo.

-Yo estaba con otro caso-.
-Insustancial. Otro caso de infidelidad. Averigüé donde estaba su marido y la llamé haciéndome pasar por tu secretaria -.
Silvio fingía desaprobar que su mujer resolviera sus casos, pero realmente agradecía librarse de la morralla.
-Ábrelo- dijo ella con un aire de misterio.

Silvio revisó desconfiado pero intrigado.
Otra desaparición. Pero… Las pistas, fotografías, testimonios… Podía ser algo grande.
Un brillo en sus ojos despertaban su instinto anestesiado. Mirar al vacío le hacía sentir vivo.
Ya había tenido suficiente paz. El sabueso necesitaba reabrir la puerta a la barbarie, regresar a los infiernos.
Y así, con ese nuevo caso, abría la caja de Pandora.