DE MUERTOS Y DE POLLAS
Jorge Conde Viña | Miss Bracitos

Mi marido, descanse en paz o como pueda, estaba harto de mis libros. Usaba los de Agatha Christie para calzar sofás y los de Corín Tellado para calzarse a la vecina. Si creía que no me enteraba es que aún era más tonto de lo que parecía. Le pillé mil veces en el descansillo hablando con la Mari, con uno de esos libros en la mano, y no creo que hablasen de la encuadernación. «Encuadérname esta», seguro que le decía el malnacido.

Ahora mi nietita la Sara, a sus dieciséis años, ya dice que sólo leo libros «de muertos» o «de pollas». Y supongo que la cercanía de una cosa y la lejanía de la otra, hace que últimamente tenga más afición por los de muertos. Pero eso no quita para que lo que he visto esta mañana sea sospechoso de verdad, y no una invención de la abuelita fantasiosa, que me lo veo venir. Ni yo soy una quijote con la mente sorbida por los libros, ni mis vecinos son molinos de viento por mucho que al hablar gesticulen como verduleras.

El caso es que los nuevos, los del quinto, ya pintaban raro, con sus rastas y tan desaliñados. Aún así, a mí la mujer me cae bien porque siempre me saluda, a gritos, la pobre se piensa que estoy sorda. También intenta ayudarme con las bolsas de la compra, pero con esos bracitos lo pasa fatal, mucho peor que yo. Estas chicas de ahora, se nota que nunca han cogido una azada. Pero su novio ni saluda ni nada, es que ni se le ve desde hace un par de días. Desde la noche en que desataron fuertemente su pasión. Eso diría Corín, la Sara diría que «follaron guarro».

La habitación de los desaliñados está justo encima de la mía, y muchas veces les oigo haciendo el amor, desde luego mucho más de lo que solíamos mi Paco y yo. Pero aquella noche más que jadeos escuchaba golpes, que yo que sé, los gustos modernos, una no escucha más que hablar de empotradores, y él está fuertote. Pues al supuesto empotrador ya no le veo, y a «miss bracitos» me la he cruzado esta mañana y ni un «te ayudo con las bolsas», ni «hola», ni madrequelaparió. Y yo, que veo mejor de lo que seguramente piensa ella, me he fijado en su ropa, limpia como nunca antes, y sus uñas, con la roña habitual pero de un tinte más rojizo.

Agatha siempre solucionaba estos casos, en los que la fuerza bruta estaba del lado de la víctima, con algún veneno misterioso e indetectable. Pero yo sé que un golpe certero con un buen cenicero, de los gordos de cristal que le gustaban a Paco, puede acabar con el mayor mastuerzo. Sólo espero que a «miss bracitos» no se le ocurra esconder el cadáver en el sótano de la comunidad. Allí ya no queda espacio para que más malnacidos descansen en paz o como puedan.