Escudriñé mi último relato que preveía sangre. Ya no había nada que hacer. Abocada al más infinito de los abismos. Con la frente empapada de sudor, y el cabello pegado a las lágrimas. aunque la sal no era definitivamente la que adhería mi piel a la ropa, a mi pelo. Descubrí sangre seca. Infinitos y distintos maridajes unidos a un dolor palpable. Me preocupaba el olor que pudiese desprender. Más no lo percibía. Niña, pero altamente sensible a una flor, o ante el menor signo de violencia, todo lo percibía con una pasmosa intuición. Casi antes de que sucediese, mi cuerpecito comenzaba a temblar. Había soñado con hacerlo. ¿Ya lo habría hecho?. Mi mente estaba demasiado confundida. En ella siempre mi madre, llorando, suplicando y sin defenderse una sola vez. Él era más fuerte, ella estaba convencida. El paradigma de una sociedad patriarcal donde imperaba, el hombre, su fuerza, su satisfacción. Aunque ello incluyera esclavizar a la otra mitad, nosotras.
Vagó mi mente, y la autodefensa de la misma viajó hace un par de meses con la sonrisa que me cruzaste, me dedicaste. Y de la que te enamoraste . Por ti, si tuviese fuerza hubiese huido. Pero estaba atrapada, encerrada en un miedo inquebrantable. no pude callarme, y tras tu primer te quiero, y el sentir de la vida correr por mis venas, mis labios te devolvieron a la humanización de las respuestas que me dabas en forma de desahogo, y te lacé toda la verdad de lo que ocurría dentro de las paredes de mi casa. Tu forma de ser, delicada, atenta, llena de continuas muestras de amor tan solo con tu mirada, tus manos, se tornó de una rabia insondable que no supe calificar. Quisiste destruir al monstruo que provocaba, que yo, me muriese de sed contigo, pero no pudiese disfrutar , beber de esa fuente inagotable de vida que es el amor. El placer que me inculcaron prohibido. Jamás pude darte lo que ambos hubiésemos explotado porque lo merecíamos. Porque el amor es la fuerza que mueve el mundo.
Tú rabia se alimentó poco a poco con lo que me enseñabas y nuestros cuerpos pedían complacer, y mi miedo quebró, vetó, impidió salir para disfrutar. Ansiaba la libertad de vivir contigo nuestra historia, y tú tan solo podías secar mis lágrimas.
Apenas tuvimos palabras, pero la última cita parecía una despedida. Entonces para que seguir con la vida. Alcanzó mi mente un atisbo de lucidez comprendiendo que aun no había comenzado la sangría. No había matado aun a nadie, ni a mi tan siquiera. Estaba viva!.
Y entraste tú.
-¡Vámonos ya a la policía!. Tu madre está a salvo. Ha sido en defensa propia cariño. No has hecho nada malo.
Tomaste mi mano, las tuyas frías, recién lavadas a conciencia. Quien habría juntado y al fin consumado más rabia de los dos, eso no lo descubrí jamás.
Pero salvaste dos vidas. Tu amor durante el resto de nuestra vida curó mis heridas.