Desde la altura del estrado, el inspector Marino constató con un gesto de fastidio que la sala estaba completamente abarrotada, con todos los bancos llenos y no menos de treinta personas de pie al fondo. En su opinión, celebrar en audiencia pública el juicio del asesino apodado como “El Cirujano” era una lamentable concesión a la curiosidad morbosa del populacho.
Preguntado por el fiscal, relató su participación en la investigación de los brutales asesinatos de once mujeres y niñas pertenecientes a cuatro familias diferentes. Explicó como al fin, en el cuarto escenario, pudo extraer una huella dactilar clara del pecho de una de las niñas y como él mismo había localizado una correspondencia en la base de datos. En el registro subsiguiente se había descubierto en el maletero del coche del sospechoso, bajo la alfombrilla, una repulsiva colección de fotografías de los crímenes, así como varios objetos personales pertenecientes a las víctimas.
Mientras volvía a su banco, el acusado, emergiendo inopinadamente de su estado catatónico, le agarró del brazo, gritando que era inocente. «Como todos», pensó con repugnancia Marino, que ya había encarcelado a otros tres asesinos que se declaraban inocentes entre lágrimas, y siguió su camino sin siquiera mirarlo.
El último en declarar fue el doctor Setién, psicólogo jefe de la Científica. Desarrolló el perfil psicológico del asesino, aproximadamente en los mismos términos en los que lo llevaba haciendo durante meses en periódicos y platós de televisión, así como en un libro de próxima publicación, cuyo último capítulo estaba escribiéndose durante el juicio.
—El asesino será un hombre de mediana edad; solitario por elección, pero en absoluto carente de habilidades sociales. De alto cociente intelectual, probablemente destacará en una ocupación cualificada. En mi opinión profesional, el acusado se ajusta a este perfil.
En opinión de Marino, que consideraba a Setién un patán engreído, media España se ajustaba a ese perfil: pero el acusado era el único con una huella en el lugar del crimen y un maletero lleno de pruebas incriminatorias.
—Estos agresores sexuales hiperviolentos —añadió el doctor— habitualmente han sufrido durante la infancia algún trauma emocional profundo que los incapacita para las relaciones normales. Únicamente durante la materialización de sus fantasías patológicas, o bien mediante su posterior recreación (para lo cual conservan souvenirs) pueden alcanzar la satisfacción sexual.
Con estas declaraciones el juicio quedó visto para sentencia —no parecía difícil prever el sentido de ésta—, y media hora después Marino suspiraba al refugiarse por fin en la soledad callada y oscura de su casa de extrarradio.
Una rendija de la persiana, permanentemente bajada, iluminaba escasamente el salón con un único haz de luz en el que las motas de polvo ejecutaban una hipnótica danza. Bajo la mesa había cuatro cajas de cartón. De una de ellas, rotulada con la palabra “CIRUJANO””, extrajo una heterogénea colección de objetos —unas gafas rosas, un peine, dos muñecas sin brazos — que colocó cuidadosamente sobre el sofá, así como la repulsiva colección de fotografías que miraba fijamente mientras se quitaba la ropa.