DECISIÓN ACERTADA
José Miguel Lorenzo Rivas | Omicrón Delta Series

Detuvimos el vehículo unos metros antes de llegar al lugar indicado por Inteligencia; descendimos del coche y nos apresuramos, por un pequeño sendero, hacia el edificio abandonado en el que, supuestamente, se encontraba la víctima. Faltaban, apenas, seis minutos para que se cumpliera el plazo indicado por el secuestrador en su ultimátum, por lo que no había tiempo que perder si queríamos rescatar con vida a la chica.

Al llegar junto a la puerta, hice una seña a la inspectora Torres para que aguardase allí mientras me iba a recorrer el perímetro del edificio en busca de posibles accesos o escapatoria. Acto seguido, desenfundé mi arma y me puse en marcha. La nieve que había caído copiosamente durante la jornada cubría el suelo, por completo, confiriendo un cierto grado de luminosidad a la lobreguez de la noche. Sin embargo, aquella fina capa blanca era, también, una importante fuente de información para mí. Tras terminar de rodear la edificación sin encontrar más entradas que la principal y comprobar que todas las pisadas sobre la nieve se dirigían hacia el interior de la construcción, dedujimos que, al menos habría una persona dentro, por lo que accedimos al interior extremando las precauciones.

La oscuridad invadía, por completo, los rellanos y escaleras. Encendimos nuestras linternas y avanzamos sigilosamente por los pasillos, tratando de encontrar alguna pista o de escuchar algún ruido que delatase la presencia de alguien en el interior, sin obtener resultados. Por suerte para nosotros, la mayoría de las puertas de las viviendas estaban tapiadas, lo que simplificaba bastante nuestro trabajo de rastreo. Tras recorrer, sin éxito, una gran parte del interior del edificio, un pequeño crujido, tras una de las puertas, captó nuestra atención. Rápidamente, nos pegamos a la pared y apagamos las linternas.

Con sumo cuidado, empujé la puerta, que se abrió, de par en par, sin oponer resistencia. Antes de que nos diera tiempo a acceder a la vivienda, escuchamos el estruendo de un cristal rompiéndose en pedazos en el interior y, tras él, un pequeño gemido. Sin perder un instante, la inspectora avanzó hacia el origen de la perturbación mientras yo la cubría. Llegamos a una sala que daba al exterior y descubrimos un ventanal roto. En la parte inferior, uno de los salientes del cristal, que había quedado intacto, estaba impregnado de sangre. En el exterior, un cable metálico partía desde el marco de la ventana y parecía comunicarse con la terraza de un edificio cercano cuya puerta estaba abierta.

Alcé la voz para que mi compañera me siguiera, simulando ir en busca del sospechoso pero, en cuanto salimos al pasillo, la hice detenerse. Aguardamos allí, agazapados, un par de minutos, hasta que, siguiendo nuestros pasos, apareció el secuestrador junto a la víctima. La inspectora me miró con cara de incredulidad.

¿Cómo había sabido que el raptor seguía allí? La respuesta era simple. Si realmente hubiera resultado herido al atravesar la ventana, jamás habría dejado aquel reguero de sangre que salpicaba el interior de la estancia.