DECISIONES SIN IMPORTANCIA
ana gonzalez ferrer | ANA

¿Alguna vez te has planteado lo importantes que pueden ser las pequeñas decisiones del día a día? Esas en las que no reparas, las que pasan automáticamente a la parte trasera de tu cerebro, las que no valoras, las que guardas en el pequeño cajón de las cosas no importantes, las que olvidas.
Un día te levantas y en lugar de ponerte unos vaqueros te pones los otros los que están justo al lado, otro día te paras en una cafetería a la vuelta del curro a tomarte un café y otro más decides pintarte los labios de rojo.
Hay quien piensa que lo que moldea su destino son las grandes y trascendentales decisiones, esas que te llevan noches sin dormir, las que te quitan el apetito y te llevan a hacer listas de pros y contras. Meras anécdotas, de la vida.
Aquello en lo que no reparamos, aquello que no vemos, lo que pasa por nuestro lado y simplemente nos sopla al oído es lo que nos cambia, el susurro de una sirena en mitad de la noche, las casualidades.
De repente un día tu amiga te llama y te propone un trabajo, un cambio de ciudad, crees que la decisión que se te plantea es definitiva, cuando lo definitivo sin que te dieses cuenta llegó cuando treinta años antes decidiste hablar con aquella niña del fondo de la clase y no con otra, el aleteo de la mariposa comenzó en la otra punta del mundo mucho tiempo antes de que tú te percatases de que los insectos existían. Esa es la vida.
Un día decides ponerte vaqueros negros en lugar de los azules, ese mismo día te pintas los labios de rojo encendido, a lo mejor fue el primer pintalabios que cogiste o deseabas sentirte bien por algo, te envolviste en una bufanda enorme y comenzaste el día.
Ese día decidiste entrar en una cafetería, era la primera vez que la pisabas, lo sé por como mirabas las paredes llenas de fotografías de gente sonriendo que te hicieron curvar los labios mientras te quitabas el bolso. Me saludaste cuando te pregunté que querías tomar.
Ese fue el primero de muchos días de rutina, en los que a última hora de la tarde asomabas tu nariz sonrosada por el frío para pedir un café, solo, bien caliente.
El primero de muchos en los que acabamos hablando un poco de esto y un poco de aquello, conversaciones de bares.
El primero en el que yo también empecé a tomar decisiones poco importantes en mi vida, ya se sabe: un día te pones rimel, otro te pintas los labios y un tercero buscas exactamente la misma bufanda gigante, pero todo casi sin pensar.
Ahora mientras aprieto con fuerza la bufanda gigante alrededor de tu dulce cuello y tu cuerpo inerte descansa sobre el mío, seguro que te preguntas que nos ha llevado a este punto. El aleteo comenzó cuando entraste en aquel bar y finalizó cuando decidiste no saludarme aquel día.