Había sido policía y de los mejores. Eso no se olvida. Llevaba más de diez años jubilado pero seguía siéndolo. Y aunque los médicos y su mujer le advertían que lo mejor para su corazón era evitar las preocupaciones, él seguía pasando de vez en cuando, por la comisaría donde trabajó, a saludar a los compañeros, decía; pero la verdad era que, sobretodo, iba a conocer de primera mano los casos en los que andaban metidos. Mientras le ponían al día, se sentía en su salsa. No podía renunciar a darles su opinión ni sus consejos que a los nuevos les parecían cantinas de viejo chocho, poco acostumbrado a métodos de investigación tan científicos y eficaces como los que estaban introduciendo en los últimos meses.
Miraba el vídeo en el que se veía a dos hombres mayores, quizás de su misma edad, rompiendo uno de los cristales de un coche, aparcado en una zona turística bastante concurrida. Algún incauto había dejado la cartera sobre el asiento del acompañante. O tal vez, se le había caído del bolsillo sin que se percatara de ello. Los dos ancianos, se repartieron algunos billetes y las tarjetas que encontraron en ella, rápidamente. Luego la volvieron a tirar sobre el asiento y se marcharon juntos, caminando despacio, sin que los que miraban de soslayo, casi sin creer lo que veían, se atrevieran a decirles ni una palabra. Estuvo dándole vueltas en la cabeza, a la cara de uno de ellos ; le resultaba familiar, aunque no recordaba por qué. La cinta la habían enviado desde una empresa de la misma zona.
La vida no había sido fácil para ninguno de los dos. Habían crecido en el mismo barrio. Incluso habían ido al mismo colegio. Cuando vio su cara tardó en darse cuenta pero luego el recuerdo volvió claro y se encontró en aquellos años de su adolescencia. En su relación hubo admiración y miedo al mismo tiempo. Aquel muchacho se lo hacía pasar mal a más de uno. A veces había llegado a ser cruel en el trato con los más débiles. Pero con él siempre había tenido cierto respeto. Se había mantenido distante y no había aprovechado ocasiones, que las hubo, para ridiculizarlo delante de todos. Al empezar a estudiar, le había perdido la pista. Luego supo de su largo historial delictivo pero no habían vuelto a encontrarse.
Sus compañeros ahora, le habían explicado que aquel viejo de los cojones estaba ingresado en una residencia. Un amigo, viejo como él, acostumbraba a visitarlo dos o tres veces por semana, con un coche casi tan viejo como ellos y pasaban fuera todo el día. Todos sus métodos no habían servido para demostrar que eran los autores de los robos a turistas que les traían de cabeza. Ahora tenían una prueba.
Se marchó para casa sonriente, pensando en lo que les había costado encontrar por fin una prueba para detener a un viejo que como él tenía una fuerte deformación profesional.
MARU