El hilillo de sangre avanzaba calle abajo. Envalentonado había dejado atrás el charco viscoso y se había lanzado a la aventura. Anunciando así la cruenta realidad que se había producido.
La sirena de policía irrumpió en el barrio marginal. Las luces azuladas daban un color imponente a la mancha que brotaba del cuerpo inerte. Los agentes observaron al hombre que yacía sobre los adoquines, con una brecha en la cabeza.
Convertidos en reporteros, los curiosos enfocaban sus móviles. Las fotos y vídeos eran lo más importante. Hubo empujones y disputas por conseguir el mejor plano. Como aves carroñeras ávidas por llenar sus estómagos.
Los uniformados ahuyentaron la manada y acordonaron el perímetro. Dos nuevos coches llegaron. De uno bajó el comisario, de paisano, y del otro, dos investigadores de la E.S.A. (Agencia Espacial Europea)
Tras largo rato de fotos, comentarios y deliberaciones se llevaron el cuerpo del hombre de 49 años. Vecino del barrio, viudo, con una hija de trece años.
Los hombres de la E.S.A. cargaron la piedra de unos dos kilos y regresaron a sus laboratorios.
El comisario entró en el edificio. El portal, convertido en vertedero, soltaba un hedor irrespirable. Las paredes grafiteadas. Sin ascensor. Escaleras estrechas que no habían conocido una fregona. Subió al tercer piso y llamó a la puerta D.
Una adolescente asustada y nerviosa abrió. El comisario entró, no despegó los labios sólo mostró la placa. Observó el desorden que reinaba.
Husmeó en el baño y encontró arenilla en el lavabo. Presionó con su dedo índice y se le quedaron pegadas en la yema. Las olió y las saboreó, después las escupió.
En el dormitorio halló condones usados, jeringuillas y cucharillas para diluir la heroína.
En la habitación de la niña le sorprendió ver una fotografía de boda del recién fallecido y su esposa. Muerta cinco meses atrás en extrañas circunstancias. La novia estaba intacta pero el marido había sido rayado con la punta de un alfiler.
Se asomó al balconcito y observó la suciedad de las mesas del bar de abajo. Al sacar los brazos e inclinar el cuerpo a la izquierda, comprobó que había una línea recta con el lugar donde impactó el pedrusco.
—¿Por qué le has matado?
La pelirroja de ojos negros mudó la cara.
—Tu madre saltó desde este balcón—continuó el comisario.
La niña apretó los puños.
—Los de la E.S.A. se sorprendieron de que el trozo de meteorito tardase dos horas más en caer y que desviará la trayectoria un kilómetro—. Al no decir palabra continuó hablando —Recogiste el pedrusco y lo has lanzado desde aquí, con gran efectividad.
Sus ojos se retaron.
—Él lanzó a mi madre—dijo al fin, después se levantó la camiseta y mostró en sus espaldas las heridas de la hebilla del cinturón—me pegaba y me violaba.
El silencio les envolvió.
— ¿Sabes guardar un secreto? —preguntó el comisario taciturno.
— Sí.
—Yo también—. Dijo el hombre y salió abandonando el edificio.