DEMONIO DE HIJO
Alvaro Gallegos | CRONOS

Albert llegó al mundo cuando nadie lo esperaba. Después de tres abortos sus padres dejaron de hacer el amor. El marido prefirió satisfacer sus instintos más mundanos en algún burdel del Barrio Chino, a enfrentarse a la pérdida de un cuarto vástago. La mujer, por el contrario, se pasaba las tardes en la Iglesia del Crist Redemptor confesando sus pensamientos más impuros al Padre Manel, el cuál se convirtió, no solo en su guía espiritual, sino en el portador de la semilla que germinó en el útero de la pecadora, dejándole de por vida la marca de la culpa en el rostro de su hijo.
Enric nunca sospechó de aquella traición. Cuando Roser se supo embarazada, buscó al marido en la oscuridad de la noche forzándolo a eyacular dentro de ella.
Albert nació el seis de junio de mil novecientos sesenta y seis. Habían pasado solo seis meses y seis días del siniestro encuentro pertrechado por la esposa para encubrir el pecado de la infidelidad.
El peso del bebé provocó muchas dudas, pero su llegada acabó por silenciar las habladurías . Con él se garantizaba la continuidad del apellido y les otorgaba a la joven pareja la llave de la herencia familiar.
Roser había conocido a Enric en una cita concertada por sus padres. En aquella época era normal arreglar los matrimonios de los renombrados apellidos y las grandes fortunas. En el bautizo de la pequeña Roser, su padre, Pere Castells, se acercó a su amigo y socio Joan Cubells, invitado al evento, y le hizo prometer que en un futuro no muy lejano, su hija se casaría con su primogénito. El pequeño Enric tenía cinco años. Hay fotos donde aparece con la bebé en sus brazos que confirman aquella primera cita.
La unión entre la heredera del dueño de los laboratorios Castells, y el heredero de las farmacias Cubells, se llevó a cabo el día de Sant Jordi de 1959. Roser tenía diecinueve años. Enric veinticuatro. Ninguno de los dos estaba enamorado.
Años después, cuando el Padre Manel apareció crucificado en la iglesia a la que había pedido traslado tras ser conocedor del embarazo de Roser, la policía, al analizar la sangre encontrada en el lugar del crimen, verificó el parricidio. Fue entonces cuando todas las habladurías, calladas durante años, volvieron a escucharse en las más altas esferas de la Ciudad Condal.