‘-¿Por qué otra vez? ¿No tuviste bastante la primera? -pregunta en doble tiempo el agente ante la desidiosa mirada del interrogado.
-No voy ni tengo porqué responder a todo lo que me preguntes.
-Tienes razón, como quieras. Eso sí, yo no confundiría derecho con conveniencia -advierte el oficial sin perder de vista al tipo del otro lado del espejo.
-Yo tampoco quiero confundir petición y chantaje.
-Seré plenamente sincero, ¿puedo?
-No sé si nunca he escuchado policía y sincero en la misma frase. No, no me suena… – contesta aquel hombre tiznando su respuesta de abyecta ironía.
-Eres la hostia. Seguro que tú le decías toda la verdad a esos niños. Seguro que les decías dónde los ibas a llevar.
-Sabes mejor que nadie que les quiero mucho. Hablamos de esto la primera vez.
-La primera vez el niño salió vivo, ahora no. Es de ser muy caradura ponerse a hablar de querencias en esta situación.
-¿Y eso tú cómo lo sabes? ¿Acaso tienes hijos para poder saber de lo que hablo?
-No, eres consciente de que no los tengo. Pero tengo sobrinos y tengo amigos con críos. Y tú también los tienes. ¿Merecen tanta destrucción?
-Como te he dicho, no tengo porqué responder a todas tus preguntas. Decías algo sobre que ibas a ser sincero, ¿cierto?
– Sí, voy a serte sincero. La primera vez te salvaste por venir de dónde vienes, pero esta ocasión es diferente. Una muerte es algo muy complejo de tapar. Te vas a pudrir en la cárcel.
-Eso ya lo sé. Asumo mis actos como quien asume que mañana será otro día. Sin titubeos. ¿Cuánto crees que me caerá?
-Esto es España, el paraíso del delincuente. Aún volverás a ver el azul del cielo fuera de prisión. No creo que te caigan más de doce años.
-Es poco para lo que he hecho. Pensaba que sería bastante más tiempo. ¿Por qué has dicho entonces que me pudriré allí?
-Porque el pudrirse no sólo es cuestión del paso del tiempo. Las frutas se pudren por múltiples causas. Humedad, falta de luz, parásitos… No sé si sabes lo que pasa la gente como tú allí adentro. Los internos no suelen llevarse demasiado bien con pederastas.
-Me lo figuro. También lo asumo. No tengo nada más que declarar. Mi boca no va a contarte nada nuevo. Básicamente porque ya lo sabes todo.
-Está bien.
-Sólo una cosa más. ¿Puedo serte yo sincero?
-Soy todo oídos – afirma el agente.
-Mírate las manos. Estás ensuciando el parqué.
El oficial observa cómo sus manos destilan una sangre que llovizna sobre el suelo. Los ojos le tiemblan al compás de sus dedos. Coge las llaves de casa de encima de la mesa. Antes de marchar a comisaría a entregarse, vuelve a mirarse en el espejo del recibidor.
-No te olvides de Cloe, la has dejado en la cama. Ella no se moverá. Te tocará ocuparte a ti. Sus padres querrán verla aunque sea así. – sentencia quien habla desde el otro lado del espejo.