DESEO
Miré el muro exterior de la casa y estudié con cuidado la mejor manera de subir a pesar de las dificultades por la casi inexistencia de orificios en la pared que posibilitaran mi ascenso. Ya había intentado entrar con las diferentes llaves de que disponía o utilizando alguna de esas herramientas que en la televisión siempre consiguen romper la resistencia de la cerradura, pero a mí me había sido imposible.
Coloqué las manos en dos oquedades y después hice lo mismo con los pies. La dificultad hizo que me escurriera y pensé en darme por vencido, pero resistí a pesar del cansancio. En el interior de esa casa estaba lo que tanto ansiaba y no iba a darme por vencido.
Intenté otra vez aprovechar las mínimas posibilidades existentes en la fachada, pero volvió a ser inútil y acaricié el tronco del árbol buscando una posibilidad para la escalada. Me quité los zapatos y, apretando pies y muslos a la vez que los brazos comencé una subida inverosímil que en más de una ocasión me hizo deslizarme tronco abajo deshollejándome las extremidades hasta que, finalmente, después de ascender con un esfuerzo titánico, alargué un brazo y alcancé la rama más baja. Tremendamente cansado, elevé mi cuerpo sobre aquella rama y así comencé a acercarme hasta la ventana, que observaba entornada en aquella calurosa noche.
Con sigilo, moviéndome lentísimamente, llegué hasta la ventana y, cuando las pupilas se acostumbraron a la oscuridad, pude observar a la mujer que dormía en la habitación.
En esos momentos estaba emocionado. Un esfuerzo más y acariciaría aquella piel tan deseada, mientras se levantaba un aire fresquito que, de repente, se convirtió en vendaval. Veía a la mujer en la penumbra, adivinaba sus formas apenas cubiertas debido al tremendo calor veraniego y me agarré fuerte para evitar caerme debido a la inestabilidad de la rama donde me apoyaba y al viento que la movía con ímpetu. Mis manos casi acariciaban aquella piel suave y el miembro respondía con una erección hacía tiempo olvidada. Sujeté el marco de la ventana y en ese momento fue cuando una de las hojas, debido a la corriente, vino a cerrarse con inusitada fuerza sobre mi mano derecha quebrándome todas las falanges.
No recuerdo si grité, si tardé mucho en llegar al suelo, si cesó el viento… Nada de nada.
Abro los ojos y el doctor me mira con reprobación, diciendo que subir a un árbol a mi edad y a esas horas de la noche es temerario mientras una mujer a mi lado aguarda callada hasta que el médico se marcha.
-Tienes contusiones incontables, dos costillas rotas, te faltan cuatro dientes y, de un ojo, has perdido la vista; la mano… Vas a estar haciendo rehabilitación hasta el día del juicio; y los muslos y los testículos, en carne viva… Mira, Manolo, tienes que afrontar el problema de tu impotencia de mejor manera que inventando fantasías para llegar a una erección que desde hace meses no se produce.