Cuando Madeleine se asomó, tardó unos segundos en ser consciente de que la cuna estaba vacía. Sintió que iba a desmayarse, pero hizo un esfuerzo sobrenatural por llegar hasta el teléfono y llamar a su marido.
Al descolgar el teléfono, Santiago escuchó la desesperación de Madeleine contándole lo ocurrido. «Maldita la hora en la que decidió hacer negocios con Pablo», pensó. Se dejó impresionar por su estatus social; el sueldo de Santiago como Juez de lo Penal no podía compararse al de un político corrupto. Le pareció bien el acuerdo que Pablo le ofreció. Solicitaba un trato de favor por su parte a cambio de cantidades de dinero desorbitadas. Sin embargo, lo que pasó aquella noche fue demasiado, había límites que no se podían cruzar.
—Santiago, tienes que ayudarme. Se me ha ido de las manos. Me ha entrado el pánico y he salido corriendo, dejando mi ADN por todas partes. En el hotel tienen mi nombre y hay testigos que me vieron en el bar con ella. Yo no quería hacerle daño, fue un accidente. No puedes dejar que me condenen, por la cuenta que te trae.
Pablo le colgó el teléfono y el Juez se quedó estupefacto.
A la mañana siguiente supo que había aparecido el cadáver de una prostituta asfixiada en una habitación de hotel. Esta vez no podía hacer la vista gorda. No podía cargar sobre su conciencia un asesinato.
La primera llamada que Pablo hizo desde la cárcel fue a Candela, su secretaria.
—Candela, ya sabes lo que tienes que hacer.
—¿Y mi dinero?
—Si cumples con el plan, el millón será todo tuyo, prometido.
Candela pensó que no le gustaba la idea de que estuviese en juego un bebé, pero le tranquilizaba saber que sólo iban a ser dos días y que ella se encargaría de cuidarlo bien.
Santiago no dejó que el pánico se apoderara de él. Sabía que se trataba de un ajuste de cuentas. No podía permitir que su mujer llamase a la policía. La convenció para esperar. Fueron dos días difíciles, pero acabaron citándolo en un descampado y le exigieron llevar consigo un millón de euros.
El día de la entrega, estuvo en el lugar y la hora indicados y no pasó nada. Eso lo descolocó. Concertó una visita a la cárcel para pedir explicaciones y para su sorpresa, Pablo estaba tan confundido como él.
—Señora, tiene usted un bebé precioso.
La azafata sonreía mientras observaba al niño que la pasajera sostenía en sus brazos. Candela se sentía emocionada, quería dejar atrás toda una vida de ilegalidades y comenzar una mejor, llena de un amor con el que poder redimirse. Había encontrado una nueva ilusión que la llenaba de felicidad y por primera vez sentía que le importaba alguien mucho más que el dinero y el poder. Abrazó a su pequeño mientras escuchaba una voz lejana:
—Buenas tardes señores pasajeros. El comandante les da las gracias por elegir este vuelo con destino a Vietnam…