Destino Azul
AMADOR NAYA JORDAN | Amador Jordan

Me quedé helado cuando abrí el paquete. Una rosa azul, ¿quién manda rosas azules? Lo peor no era la rosa, era la tarjeta que la acompañaba, no daba lugar a dudas:
“Te quedan veinticuatro horas, luego acabará todo.”
Pensé en mi empresa, en mi mujer, en mis hijos. Las cosas me iban bien, nadaba en la abundancia. La críptica tarjeta no aclaraba que es lo que iba a acabar, ni como. Supuse, un pirado, la envidia y los celos de mi éxito profesional, descarté pensar en ello, pero no pude. Iría a la policía, quizá fuera lo mejor. Me abstuve de decirle nada a mi mujer, para qué preocuparla. En comisaría me dijeron que no hiciera mucho caso, a mí tampoco me lo hicieron.
Intenté olvidarlo, y lo hice. Me enfrasqué en el trabajo, era hora de volver a casa, pero; llegó otra rosa y otra tarjeta:
“Te quedan catorce horas, luego acabará todo.”
Joder, la bromita era muy pesada. Salí de la oficina, vivía a dos manzanas en un ático estupendo, era cómodo ir paseando a trabajar, aunque lloviera como hoy. Las luces de las cafeterías me acompañaban, iba sin paraguas, notaba las gotas en mi cara, una de ellas se coló por mi nuca, un escalofrío me asaltó. ¿Me estaban siguiendo? Apreté el paso, un tipo andaba detrás de mí, con las solapas levantadas, pensé en la rosa, ¿quién no lo haría? Me metí en una cafetería. El hombre que me seguía, también lo hizo, se sentó a dos mesas de mí. Sorbía un café y sin disimulo, me miraba. Dejé en la mesa un billete de cinco euros y salí. Él no lo hizo, un suspiro alivió todos mis temores.
No pude dormir en toda la noche, inquieto, esperando el amanecer, no acababa de despuntar el día. Llamé a mi secretaria, hoy no iría a trabajar. Me acercaría de nuevo a la comisaría; les enseñaría la nueva tarjeta, tendrían que hacer algo. Eran las ocho, solo quedaban dos horas. Noté pisadas a mi espalda, el miedo me impedía girarme, pero lo hice, lo volví a ver otra vez detrás de mí. Solapas levantadas, manos en los bolsillos, su mirada fija. Avivé el ritmo, luego corrí. Quedaban cuatro manzanas para estar a salvo, seguía tras de mí. Note un dolor en el pecho, caí al suelo, no podía moverme, inmóvil, cerré los ojos.
Cuando me desperté, un tipo de solapas levantadas, me reanimaba. Tranquilo, decía, respira, la gente se amontonaba a mí alrededor, la policía, unas sirenas. Me subieron a la ambulancia, como pude farfulle:
—¿Qué hora es?
— No se preocupe por la hora, en nada estamos en el hospital, son casi las diez.
No pude recordar nada más.
Una notificación sonó en mi móvil: Terrible accidente en Layetana, una ambulancia se empotra contra un camión a las diez de la mañana, con el triste fallecimiento de un médico del SAMU y un paciente que estaba siendo trasladado al hospital tras sufrir un infarto.