Hoy es el día. Por fin hoy acabamos este servicio, servicio que no dista mucho de otros tantos que llevo haciendo los últimos quince años, pero en este hay algo…distinto. Había vigilado y protegido a toda clase de personas, en ocasiones delincuentes a los que me asignaban su custodia.
No juzgaba sus actos; solo hacía mi trabajo y procuraba que sus corazones siguieran latiendo, pero el Relojero… éste era harina de otro costal.
Nunca soporté según que delitos y la pederastia me enervaba sobremanera; cuando veía las fotos en los atestados, no podía dejar de ver en ellos a mis dos hijas; solo eran niños, lo más débil y vulnerable de la especie humana.
El Relojero pertenecía a una red de distribución de pornografia infantil. Pero ahora iba a entregarse y delatar a sus compinches; y no, no le había sublimado el alma un ángel redentor, todo era mucho más prosaico: le habían estafado más de dos millones de euros desde su misma organización y esa era su forma de vengarse.
hoy lo tenia que entregar sano y salvo en la Audiencia Nacional para su declaración. Pero si algo tenía claro, es que por esta rata no arriesgaría mi vida en caso de los suyos atentaran contra él; pondría todos mis recursos para evitarlo, pero nunca haría de escudo humano por una alimaña así; mis hijas y mi mujer no pagarían ese peaje por alguien que no dudaría en torturarlas para ganar un asqueroso beneficio económico
Antonio y francis me tenían que dar cobertura desde un vehículo de apoyo que iría delante.
Cuando trabajábamos juntos, éramos invencibles; una maquinaria bien engrasada y precisa.
El camino desde el piso franco hasta la Audiencia Nacional fue tranquilo; era imposible que conocieran nuestra ubicación, ese piso era irrastreable.
Antonio aparcó delante y bajó del vehículo con la mano en su Glock dentro de la chaqueta,con el dedo pulgar rozando el seguro del arma; mientras Francis se acercaba a nuestro coche para colocarse delante del Relojero. Nunca había cometido ningún error. Pero en esta ocasión, Francis, no esperó a que yo diese la vuelta al vehículo por detrás, para una vez colocado a su altura, abrir la puerta. Haciendo un sándwich con nuestro protegido; dejó que el Relojero abriera su puerta y saliese del coche.
Todo currito tan rápido, —Francis espera— grité saltando por encima del maletero para llegar hasta ellos. En ese mismo instante algo me golpeó la espalda y abrió mi pecho; después escuché la detonación .
Un manantial carmesí brotó de mi plexo solar, y ahí en el suelo tirado, con la mirada clavada en el Relojero, sentí como la vida se me iba y con ella mi mundo, mi familia y mi promesa de no jugármela por una rata como él. Cumplí con mi trabajo, pero incumplí mi promesa.