» Deuda de Sangre»
Miguel Peña | Mik Way. T

Media tarde en vitrópolis, hace calor, gotas de sudor corren por mi espalda, como caballos en el hipódromo. El cielo amaneció rojo, y se mantuvo así todo el día. La ciudad rebosa rabia, ha corrido sangre y nadie ha pagado por ella. En vitrópolis los morosos no prosperan. La ley es clara, las deudas están prohibidas; es el dogma sobre el que se levantó la ciudad, y yo un honrado ciudadano que se lleva un jugoso pellizco por cobrarlas. Anoche liquidaron a Paula “Piedad”, carismática, luchadora, símbolo de vitrópolis; alma bondadosa, abogada de pobres, y un auténtico dolor de muelas para mi negocio. Debería alegrarme y regalarle un buen puro a quien lo hizo, pero nunca he recibido una buena noticia, que no me amargase el día; yo amaba a Paula. El cabrón que la mató pagará la deuda de sangre por la vía rápida, y sé por dónde empezar. La calle de los paraguas, la chusma florece en ella como el moho pegado a las paredes de una cloaca húmeda y sombría. El sitio ideal para el peculiar negocio de Jhivic “el donante”, sumidero donde desaguan los secretos más oscuros de la ciudad.
– ¡Thorbel Anais Lopez Flinth! -. Pronuncia mi nombre con entusiasmo, pero va envuelto en una sonrisa sudorosa, tiene miedo. No necesito ni retorcerle el cuello, y canta como un jilguero en celo.
Un nombre zozobra en sus labios, titubea al pronunciarlo, porque no es cualquiera; Halie Bluetooh “mano cortada”, jefe del hampa, señor de los muelles de arena. Solo él se atrevería a matar a Paula, quizá porque ella, tampoco era cualquiera.

El club de Halie parece abandonado, empujo la puerta cuidadosamente, junto a la barra aguarda su sicario preferido. Lulú Araña, propietaria de las piernas favoritas de dios, largas, torneadas, una promesa latente de erotismo, cuando inevitablemente imaginas el cálido fruto que anida en su confluencia. Sus grandes ojos de felino me ignoran, mientras habla con apatía.
– Thorbel, encanto ¿una copa? –
– Hoy no bebo- digo señalando con la mirada la puerta del despacho de Halie.
– Entra, una deuda de sangre debe pagarse, es la ley.
– ¿Ahora respetas la ley?
Sonríe, mientras desabrocha lentamente su vestido, hasta dejarme ver su ropa interior. Es claramente peligrosa, pero no va armada. Decido entrar en el despacho. Sentado tras una lujosa mesa de caoba, Halie me mira con ojos desorbitados, en ellos se descompone una desagradable expresión de sorpresa. Es comprensible, bajo una mueca de muñeco roto, un certero y profundo corte atraviesa su garganta.
– Has llegado rápido, me halagas. – Paula “Piedad” me apunta con un arma, desde un rincón del despacho. Sin duda, estoy metido en un peligroso juego.
– A ti te ha llevado menos resucitar. –
– Dime cariño… ¿la deuda está saldada? –
– Quieres que me coma el fiambre. –
– ya sabes que soy vegetariana. –
– No mentiré por ti. –
– No sufras, haz lo de siempre, y miente por ti. –