Diario de un detective
Miriam Durán | Miriam

Era la madrugada del veinticinco de marzo del año 2023, las calles de Barcelona empezaban a llenarse de vida como era habitual. Júlia iba con su amiga Carla por la playa de la Barceloneta, volvían de una fiesta entre risas y algún que otro tropiezo. Estaban pasando por detrás del chiringuito Beach Garden cuando Júlia vio una maleta enorme. No se lo pensó dos veces, agarró a Carla del brazo y salió corriendo hacia ella para ver si tenían suerte y encontraban modelitos interesantes en su interior. Echó la mano rápidamente a la cremallera, se le resbaló un poco por la humedad. Al abrir se dio cuenta que aquello que tenia en su mano era sangre, en el interior había partes de un cuerpo humano descuartizado. Las dos amigas se miraron y se pusieron a chillar, si quedaba una gota de alcohol en su interior desapareció de golpe. Sus gritos alertaron a los vecinos de la zona, que llamaron a la policía y ésta me llamó a mi. Soy César, un detective privado de treinta y cinco años. Todos mis casos han acabado resueltos y éste en concreto iba a ser pan comido, no se me iba a resistir.
Llegué a la escena del crimen a las ocho y veintisiete, los agentes ya habían acordonado la zona y había unas cuantas personas curioseando detrás del cordón policial.
Revisé el cuerpo, llevaba menos de media hora muerto, la sangre empezaba a acumularse en las extremidades y los ojos estaban más hundidos. Examiné la maleta, prácticamente recién comprada, pero ya le faltaba una rueda, al arrastrarla con el cuerpo debía de haberse caído. Pregunté a las chicas si habían visto a alguien cerca ya que cuando encontraron el cuerpo debían de haber pasado escasos minutos de su muerte. Se les notaba el miedo en los ojos, no estaba seguro de poder sacarles información en ese momento, tendría que esperar al día siguiente. Fui con la policía al cuartel dónde me enseñaron fotos del chico asesinado, me era familiar, del barrio. Ya tenían cuatro sospechosos, las dos chicas, el hombre que llamó a la policía y un vecino que había discutido ese mismo día con el chico.
Los agentes me pidieron que me quedara con ellos aquella noche para recopilar más pruebas. A las once llegó un médico especializado. En una hora íbamos a interrogar al vecino del chico ya que en su coche habían encontrado la rueda que le faltaba a la maleta.
Estaban siendo más rápidos que yo, siempre resolvía yo mis casos antes que nadie.
Me dijeron que esperara en la sala siete A del primer piso. Cuando entré se sentaron dos policías frente a mi, uno de ellos con una sierra con sangre seca, el otro con la rueda y una fotografía de la matrícula de mi coche. Se me nubló la mente y me encontré en un abrir y cerrar de ojos maniatado, con un traje blanco, en una sala más blanca todavía, habían pasado cinco años.