DISTORSIÓN
Álvaro Joaquín Sobrino Fraile | Álvaro Sobrino

―Hola detective ―saludó el policía Martinez.
―¿Qué tenemos? ―preguntó Julia atravesando la puerta de la casa, reventada en el suelo.
―Un robot mecánico que sufrió una distorsión, escapó hace varios días de su fábrica. Parece que se coló en esta casa y mató a la víctima, Pablo López. Vivía con su hijo, Carlos. Aún lo estamos buscando, creemos que escapó.
El comedor presentaba la mesa del centro desplazada, con ligeras manchas de sangre en un lado, la silla en el suelo y el plato de comida desperdigado. El otro extremo, intacto, el plato en su sitio y la silla colocada hacia fuera. En el suelo se encontraba el robot abatido por los agentes desde el patio, protocolo estándar ante máquinas en estados impredecibles. En otro lado, el padre con el cuello roto.
―No hemos llamado a los demás equipos al ser solo un asesinato por distorsión.
―¿No vivía nadie más con ellos? ―preguntó Julia investigando la escena.
―No. La madre se suicidó hace dos años, estaba con antidepresivos. Un día se tomó el bote entero.
Julia volvió a estudiar el resultado de la agresión. Y algo no encajaba.
―No entiendo por qué este lado de la mesa esta tan estropeado y el otro casi inalterado.
―El robot iría primero a por el padre y el niño huiría temeroso, avisado por su padre quizás.
―Pero la comida sigue en su sitio y la silla de pie. Si yo huyera por mi vida tiraría todo al escapar.
Investigó el cadáver. No había signos de agresión o forcejeo, tampoco sangre en ningún sitio, solo el cuello roto, como en otros casos similares. Con la fuerza que tiene un robot no necesitaba ensañarse con alguien para matarlo, solo retorcerle el cuello. Pero, ¿y la sangre?
El padre presentaba algunas magulladuras en sus manos, pero sin sangre.
Volvió a mirar al robot, el pecho reventado por las balas, información irrecuperable para reconstruir lo sucedido, pero un detalle llamó la atención de Julia. Tenía el brazo y el dedo indice extendidos, apuntando a un armario.
Se acercó a la puertecita y miró en su interior.
―Martinez ―anunció la detective―, que dejen de buscar al niño.
»Hola Carlos, ¿sales aquí conmigo? ―preguntó afable.
El niño se escondió más entre sus piernas, la nariz sangrante y magulladuras en los brazos. Julia sopesaba posibilidades.
―¿El hijo tiene algún historial médico?
―Sí ―respondió Martinez―, consultas por alguna fractura o caída. Las escaleras del edificio son peligrosas al parecer.
―¿El robot está bien? ―preguntó Carlos―. Me dijo que me escondiera aquí.
Julia entornó lo ojos entristecida por las conclusiones.
El padre se levantó tranquilo al sitio de Carlos, donde lo agredió y tiró al suelo. El robot irrumpió y lo defendió, escondiéndolo después. El historial del hijo tenía tiempo, quizás la madre también sufriera abusos.
―Martinez. Llame a un psicólogo infantil, a los equipos y al investigador del caso de la madre, hay que revisarlo.
»Carlos dame la mano, estás a salvo, tu padre ya se fue. Siento haber llegado tarde.