DONKER
Dylan Rodríguez García | Drix

Ámsterdam 1920. Un día lluvioso como tantos otros en la ciudad. Las calles están concurridas. Un blues ligero decora el ambiente del bar mientras la gente conversa entre ellos.

-¿Qué le pongo señor?- pregunta el camarero.

Edwin, que estaba focalizado en su pequeña libreta de apuntes, aparta la mirada.

-Sírvame lo que usted recomiende. – contestó Edwin – Dejo que la casa elija.

-En ese caso, le prepararé nuestro mítico cóctel. – le respondió – Le adelanto que es una gran opción, pocos hombres han llegado a probar uno de los mejores cócteles de Europa.

-Es curioso, ¿sabe? – comentó Edwin – El cóctel fue inventado en Italia, donde tiene fama de ser de gran calidad. ¿Qué puede llevar a un hombre a abandonar una tierra que ama, con estabilidad financiera, una hermosa familia y que ofrece los mejores cócteles del mundo?

El camarero, nervioso, mira con atención a Edwin.

-No entiendo a dónde quiere llegar con esto, señor – le responde.

-Giampiero Todaro. Padre de familia. Alcalde de un pueblo. Envidia de los hombres. – comenta Edwin – Creo que sería un momento adecuado para presentarnos. Edwin Van Tonder, un placer.

-¿Quién es usted, cómo me ha encontrado? – pregunta Giampero rabioso.

-Señor Todaro creáme que tendría motivos para venir a por usted, pero hoy no es lo que busco. – responde Edwin mientras enseña una foto- Julie Berg.

-¿Qué ocurre con esa mujer? – contesta frustrado Giampero – ¿Y por qué iba a darle información siquiera?

-Usted conoce ciertas cosas sobre ella que me serían un tanto útiles. – dijo Edwin mientras ojeaba su libreta – Y estoy seguro de que no planea una visita con la Sacra Corona, están ansiosos por sus deudas.

– ¿Y por qué motivo debería confiar en usted? – dijo Giampero.

-Simple, porque no tiene de otra. – responde Edwin. – Solo necesito un par de respuestas y no me volverá a ver en su vida.

-Pregunte pues – contestó Giampero con tono cansado.

-¿Usted la vió por última vez hace dos semanas?. – preguntó Edwin.

-Así es – le respondió – Estábamos en el restaurante de la plaza central ya que ella decidió quedar conmigo para conocernos mejor.

-¿De que se conocían ustedes? – continuó Edwin mientras tomaba apuntes.

-De una fiesta hace un par de semanas. – dijo él – Creo que era la amiga de un socio del anfitrión.

-Así es, la mismísima hija del Duque de Windsor. – comentó Edwin – No sé si tenía constancia de ello.

-Desde luego que no – respondió Giampero.

-Sobre la fiesta, – siguió Edwin – ¿algo destacable en relación con la señorita Berg?

-Escuche a un par de hombres hablar sobre un lugar, – dijo mientras pensaba Giampero – una mansión en la frontera con Bélgica si no mal recuerdo. No sé si guardará relación con lo que usted busca, pero no tengo más que decirle señor.

-Desde luego que sí que lo hace. – contestó Edwin – Muchas gracias señor Todaro, que disfrute su estancia.

Edwin, decidido, abandona el local en dirección a la estación de tren esperando haber encontrado la clave definitiva.