Dos cuerpos en el río
Miguel Dopico Graña | Pikajantes

Con el estómago revuelto, inquieta, aunque preparada, Paloma salió corriendo a avisar a su compañera en cuanto colgó el teléfono. Habían aparecido dos cadáveres en la orilla del río Bosque, por lo que oficialmente se encontraba ante su primer caso como inspectora.
Realizaron el trayecto en silencio, una por controlar su nerviosismo, la otra hastiada por un nuevo caso que no le reportaba ninguna emoción. Parecían una pareja sacada de la sinopsis una película policíaca mala; Paloma, la novata idealista que quería cambiar el mundo, tendría que ganarse el respeto de su compañera, una exlegionaria con demasiados años de experiencia que estaba ya de vuelta de todo.
El rocío de la mañana teñía de blanco la ribera del río, una estampa impoluta solo rota por los fríos cuerpos del taxista y su cliente que, recién sacados del agua, yacían esperando el análisis preliminar del forense.
Paloma, disimulando una templanza inexistente, se acercó despacio hasta los cuerpos. Tenía muchas ganas de poner en práctica todo lo aprendido, bajo la premisa del análisis calmado de los hechos para evitar saltar a conclusiones precipitadas. Por desgracia, su compañera tenía otros planes.
—Novata, lo ves claro ¿no? El negro —dijo señalando a uno de los cuerpos— apuñaló al taxista, este perdió el control del vehículo y terminaron los dos ahogados.
—Es una teoría factible. —Paloma no quería parecer insubordinada, pero también se sentía obligada a seguir el procedimiento—. Aunque antes de confirmarlo, quizás deberíamos tratar de identificar quienes eran, descartar las heridas post-mortem, y plantear hipótesis, ¿no cree?
—No hace falta que perdamos el tiempo. Estos bichos son puro veneno, es su naturaleza. Matan porque sí, sin pensar en las consecuencias. Pero dale, compruébalo tu misma.
Paloma no pudo evitar sentirse un poco tonta cuando, efectivamente, vieron que el taxista mostraba signos de haber sido apuñalado en la espalda, mientras que el otro cuerpo aun sostenía, debido al rigor mortis y a las gélidas aguas del río, lo que a todas luces era el arma homicida. Avergonzada, optó por callar e intentar aprender de la experiencia de su compañera.
—¿Cuál diría que ha sido la causa probable? ¿Un robo qué salió mal? ¿Una discusión entre conocidos?
—¿Qué más da? —cortó tajante—. Esta calaña no necesita de causas probables, son así, no hay más que investigar. Venga, vámonos, que aquí no pintamos nada y ya no siento las patas de frío.
La paloma blanca y la cabra regresaron a la comisaría de Animalium, de nuevo en silencio. La paloma acababa de aprender una dura lección, la de la crueldad de aquel trabajo en el que no siempre era posible entender el raciocinio del mundo animal, ni la naturaleza de sus actos. Nunca sabrían por qué la rana aceptó que aquel escorpión se subiese a su espalda para ayudarle a cruzar el río, y eso le entristeció un poco. Su estómago seguía revuelto, a sabiendas de que la paz nunca sería una opción mientras los actos no atendiesen a la razón.