Tenía veinte años cuando conocí a mi asesino. El inicio de mi odisea no fue en una tierra lejana, ni en una guerra: estaba yo en pie, frente la cascada, viendo a mi hermano pequeño saltar a su muerte. Él era oficial de policía, recién casado y condecorado por el pueblo. Era un buen chico, ¿por qué podría pensar en… Matarse? Desde que llegó ese sobre a su mesa pareció cambiar con todos. Se volvió más reservado, salía de escondidas de comisaría y ni siquiera dormía en casa. Soy periodista, me colé en su oficina para escribir un artículo sobre ese papel que le enviaron. Pero me quedé extrañada cuando vi una nota rasgada por pequeñas motas de sangre, con su nombre y apellidos escritos a máquina. Dentro del sobre, había un dedo humano, y un cúter oxidado. No publiqué nada sobre eso. Pero al día siguiente, llegó un detective privado a hablar sobre un caso inconcluso en los archivos: el asesinato de una chica, encontrada en una cascada sin extremidades ni cabeza. ¿Para qué abrirían un caso sin pruebas ni sospechosos tres años después? Mi marido, el detective privado, me comentó que la madre de la víctima arrastró el dolor de su pérdida todo ese tiempo. Y necesitaba enterrar a su hija completa. Por eso empezó a investigar por la policía, ya que mi hermano estaba tan ido… Que ni siquiera se centraba en su trabajo. Empezó a beber otra vez, y a discutir con su esposa. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan nervioso? Intenté hablar con él, pero me empujó fuera de su coche y tuvo que volver a casa sola. Escribí un borrador sobre el caso de la niña mutilada, pero mi marido me prohibió completamente publicar nada sobre su caso, por respeto a la familia. Todo parecía un puzle sin piezas, como la cara de un cubo de rubik sin resolver. ¿Quién le envió ese sobre con el dedo amputado a mi hermano? ¿De quién era el dedo? ¿Por qué estaba escrito el nombre de mi hermano en esa carta, y manchado de sangre? Empecé a investigar y a no dormir por las noches. Las pruebas de ADN (por lo que escuché a escondidas) pertenecía a la chica asesinada, y entré en la oficina de mi hermano para hablar con él, pero no estaba en comisaría. Un instinto me llevó a la cascada donde fue el asesinato, y lo vi saltar después de decirme: «Fui yo. Fui yo, Sara, maté a la hija de tu marido… A su hija». ¿Hija? Mi marido no había tenido relaciones anteriores. Alguien me llamó detrás de mi, y él estaba ahí, deslizando el cúter oxidado por mi garganta antes de gritar al viento: «A la que mataste, Sara, no era mi amante. Era mi hija… ¡Mi única hija! Y tú y tu hermano os encargasteis de encubrirlo».