EL ALFIL
MARÍA ISABEL FERNÁNDEZ ORTIZ | ISITA

El agua que cae de una parte del techo donde las tejas se han movido, impacta contra su rostro, provocando que la piel se estremezca. El sonido de la tormenta hace eco entorno a ella. Tiene el cuerpo entumecido. En su cabeza repiquetea un dolor incesante que la insta a tocarse con su mano izquierda la parte donde la sangre ha quedado seca y pegada al cabello. Una pequeña cantidad viscosa queda impregnada en sus dedos. De su garganta sale un ligero alarido. Intenta incorporarse, pero las piernas no la responden. Extiende los brazos a su alrededor. La arenilla del suelo roza la punta de sus dedos. Pequeñas piezas bordean su cuerpo. Agarra una de ellas. Es un alfil de ajedrez. La estruja entre sus manos hasta sentir como se clava en su piel. A duras penas, se gira sobre su propio cuerpo e intenta que su pupila la permita entender donde se encuentra. En un instante es consciente del agrio olor que invade la estancia. Recta como un perfecto reptil. Llega hasta el marco de una puerta. Se apoya sobre él. Da acceso a una pequeña habitación. Ahora el olor es más intenso. Emite una arcada. Algo de bilis llega hasta su garganta. Levanta la mirada del suelo. Sobre la pared divisa unas sombras. Tres en concreto. Instintivamente lleva la mano hasta la cartuchera de su pistola. Ésta ha desaparecido. Su pecho comienza a emitir una respiración exagerada. Tres mantas cubren lo que debajo se esconde. Un hombre, deformado por la inflamación que genera la propia descomposición, se descubre al tirar de una de ellas. De la boca asoma un peón de ajedrez. Alice no puede evitar vomitar a sus pies. Destapa los otros dos cuerpos. Uno de ellos ya ha sido invadido por larvas de gusanos, se trata de una mujer. Ambos sujetan con lo que queda de sus labios, un caballo y una torre de ajedrez, respectivamente. Alice extiende la mano. El alfil negro se deja de nuevo ver. La inspectora ha sido invitada a jugar. Ahora debe saber cómo mover ficha o la partida para ella, habrá llegado a su fin.