Yo no fui, pensó Mario recién abiertos los ojos en la oscuridad. «¿Hoy es martes?» A horas intempestivas, la memoria supone una segunda naturaleza que apenas pasa de ser otro cajón de sastre. «¿Tendré algo pendiente por hacer?» ¿Será otra obligación onírica? Aquellas preguntas de rigor eran reflejas, las primeras en hacerse hueco al inicio o final de cualquier duermevela. Como en esas relaciones tejidas a partir de las ausencias, ¿poseerá todo lo ilusorio cabida en este mundo? «¿Estaremos a miércoles?».
Mario flotaba a la deriva de sí mismo cuando, pura inercia y entre bostezos sonoros, girándose en la cama relegó por efímeras semejantes cuestiones relativas al relativo olvido de cada amanecer. Liberado del peso de las mantas, asunto de la inescrutable superstición y sus rutinas dio a probar a su pie izquierdo el suelo helado. Detestaba la luz artificial a tales horas y conocida la casa como la palma de su mano, en penumbra arrastró los setenta y tres pasos distantes entre el dormitorio y el salón. Encendió el ordenador y calibró el volumen hasta un punto en que conviviesen sin conflictos su propia voz grabada a modo de mantra acompañándolo por donde fuera, y la consideración de no importunar el descanso de los vecinos. «Yo no fui». «Yo no…» «Yo…»
A tientas puso la cafetera a fuego bajo, y luego, antes de introducirlas en la tostadora, retiró con el índice la escarcha a dos rebanadas de pan sacadas del congelador. En la siguiente parada, frente al espejo tildó de adecuado el progreso de sus ojeras: demasiadas noches al abrigo del insomnio difícilmente mienten: los días transcurren despacio y los años muy rápido. Pensó entonces que entre las palabras que mejor definen la condición humana destaca «embarazoso»; alude tanto a estado de buena esperanza como, en las antípodas, a situación comprometida. La diferencia radicará en el amor implicado en cada oportunidad, supuso al tirar de la cisterna preguntándose si un espejo acertaría a comprender que unas palabras en ocasiones dotadas de sentido pleno pueden, sin embargo, sonar hueras en otras aún siendo las mismas. «Cosas del sujeto, sin duda». Terminada de vaciarse, la cisterna reanudó su ciclo.
El café comenzaba a gorgotear y el aroma pregnante devolvió sus pasos erráticos a la cocina. Subió los estores y antes de sentarse a la mesa untó una generosa palada de mantequilla sobre el pan. Desdobló el único ejemplar de periódico en su poder durante los últimos ocho meses y pico, y con la primera mordida crujiente acertó a leer en los grasientos titulares: Gracias a una nota anónima se reabre la investigación por la práctica de suicidios asistidos en el Hospital General.
Fue entonces cuando, antes de tragar, decidió en conciencia sacar fuerzas de flaqueza. Aclaró la garganta, y en uno de esos momentos donde duelen los labios después de guardado tanto silencio, Mario renovó su mantra exculpatorio al sobreponer en grito su viva voz a la pregrabada sintiendo, un día más, que se le rompía el alba.