EL AROMA DE LO ANTIGUO
Ignacio Santiago Navarro | Nacho

El día primaveral hace sudar a Jasón bajo su chupa. Detiene la moto en una garita y a través de la ventanilla entrega su DNI a una guardia cuya barriga desborda por debajo de una camisa en la que podía leerse su nombre, Mara. Jasón se fija en que, sobre la mesa en la que apoya unas tetas con mayor capacidad de absorción que un airbag, hay un periódico abierto por la sección de anuncios y una hamburguesa descomunal escoltada por un bote de tabasco vacío. Aunque lo ve del revés, algo en el periódico llama su atención, pero entonces, sus ojos son atraídos por el rostro de Mara. Por esa cara de sapo cuyos vasos sanguíneos se extienden como arañas por las mejillas y por una nariz bulbosa, deshidratada y cubierta de pústulas cargadas de pus.
Mara apunta sus datos. Luego atrapa la hamburguesa entre sus dedos porcinos y compacta sus ingredientes. El tabasco le cae sobre los pantalones. Muerde, mastica y desencaja la mandíbula como una boa. Entre los dientes, densos hilos de baba, carne y pan. Vuelve a morder y pasa la comida de un carrillo a otro extendiendo el sabor. Ni una sola papila gustativa se queda sin su parte.
–No sabía que hicieran hamburguesas tan grandes –comenta con su mejor sonrisa soterrada de asco.
–Todo tiene hambre.
–Querrá decir que todos tenemos hambre –cree reconocer la voz, pero no la ha visto en su vida.
–Todo, tiene hambre –repite con seguridad. Se relame un dedo y pulsa un botón–. Continúe.
La barrera se alza y solo queda el petardeo de la moto colina arriba, donde se recorta la mansión. Jasón deja la cazadora en el manillar, sube unos escalones y golpea la puerta. Nada. Insiste y la puerta cede sola. Decide entrar, en su oficio la disculpa es una herramienta. Aunque dispone de grandes ventanales, apenas llega luz al recibidor. La que logra entrar descubre en el polvo en suspensión el aroma de lo antiguo. El color de los muebles no tiene brillo. Sin intensidad ni pureza lo único identificable es el paso de un tiempo imposible de medir.
–¡¿Señora Aram?¡
El interior es una cámara frigorífica donde la soledad está tan presente que Jasón tiene que esforzarse en recordar el motivo de su visita. Se siente cansado y triste, y se encamina hacia una butaca situada en el centro de la habitación. El silencio le oprime el pecho y, aterido, cae derrengado en el asiento. Las paredes comienzan a contraerse y expandirse como un pulmón. Burbujeantes rugidos devoran la calma. Apenas puede mantener los párpados levantados mientras poco a poco la mansión recobra su lustre. Los colores reviven. “Mara… Su voz es la de la señora Aram, la clienta”. Jasón siente toda esa carne regurgitada descender por su garganta. En la garita, la guardia tacha el anuncio de detectives Almirante.