EL ASESINO DE LA GABARDINA
José Luis Capella Cervera | José Luis Capella Cevera

Michael Markuse torció el gesto cuando le asignaron el caso. A una semana para jubilarse, no quería complicaciones.
MM, como era conocido en comisaría, llegó a la escena del crimen donde encontró en el suelo de su despacho, al genio de las finanzas Oskar Leyton apuñalado salvajemente.
El detective interrogó a los trabajadores que había a primera hora en el edificio, nadie sabía nada. Hasta que llegó el turno de la secretaria.
Compungida, admitió ser ella quien llamó a emergencias, pues solía ser la primera en llegar, pero esa mañana, entró al despacho de su jefe encontrándose a un hombre con gabardina, gafas de sol, tupida barba, sombrero de ala ancha y guantes, sentado en el sofá mirándola, sonriendo.
Irene, así se llamaba la secretaria, quedó aturdida al ver a su jefe tirado sobre un charco de sangre y sin tiempo a reaccionar, siguió relatando, el hombre de la gabardina se levantó y saliendo rápidamente del despacho, le lanzó algo que, de forma refleja, cogió al vuelo, el abrecartas de su jefe Oskar.
Michael preguntó al resto de empleados y revisó las cámaras de seguridad cercanas, ni rastro del misterioso hombre que vestía gabardina en pleno verano.
Puso dirección a casa de la víctima para informar a su desconsolada esposa, quien entre sollozos, le contó que esa noche su marido no había regresado a casa, algo habitual, ya que sus reuniones de trabajo solían alargarse hasta bien entrada la madrugada, por lo que solía ir directo al despacho, relató inocentemente su mujer.
El caso dio un giro cuando las cámaras del restaurante italiano “Carusso” evidenciaron que la cena de empresa había sido en realidad con su secretaria. Interrogando a los camareros, MM descubrió que la pareja, clientes habituales del restaurante, mantenía una relación muy íntima. Esa noche habían discutido de forma acalorada. Al parecer, Irene, según unas fotos que había recibido de forma anónima Oskar, le engañaba, algo que ella negaba vehementemente. Entre gritos, Oskar zanjó la discusión despidiéndola.
MM, volvió a interrogar a la secretaria, que asustada, negó primero, pero ante las evidencias, tuvo que confesar; sí, amaba a su jefe pero aquellas fotografías eran falsas.
La secretaria se derrumbó cuando el forense confirmó que la víctima había muerto sobre las siete de la mañana por múltiples heridas hechas con un pequeño cuchillo, un abrecartas, el abrecartas con sus huellas y que le había lanzado el misterioso hombre con gabardina que sólo ella había visto.
Michael respiró aliviado, aquel caso no perturbaría su jubilación.
Esa misma noche, mientras Irene era detenida por asesinato, otra mujer, viuda, sacaba la basura justo antes de la llegada del camión de recogida.
Mientras el camión se alejaba con una bolsa en su interior que dejaba entrever lo que parecía ser una barba postiza y la manga de una gabardina, la desconsolada viuda, cerraba la puerta de su casa y se fundía en un ardiente beso con un apuesto joven que además de estar bien dotado, era un prometedor fotógrafo, experto en photoshop.