El asesino de los candados
DANIEL ALEJANDRO BRIEGA SCHITTINO | Alejandro Schittino

Lo que atravesaba las fosas nasales de Carmen era un candado, de esos que tenían combinación numérica. A la inspectora Arjona le pareció que podía tratarse de un complemento de moda ligado a una forma de expresión cultural, pero la víctima tenía 62 años y no parecía una fanática del piercing. La sangre que brotaba de los orificios indicaba que el pequeño grillete había sido colocado después de la estrangulación, así que, o bien se trataba de una chanza macabra, o una rúbrica a un extraño crimen. Carmen vivía sola, en una de las encaladas casas de Binibeca, en la isla de Menorca. Un pueblecito apacible en invierno y turístico en épocas estivales. El cuerpo lo había encontrado una vecina, que al no saber nada de su amiga en dos días decidió entrar y la halló en su cama, tumbada, con los brazos cruzados sobre el pecho y el hedor a muerte en la habitación. Tras las diligencias oportunas, el cadáver fue trasladado a Mahón, donde se realizaban las autopsias judiciales.
—Ha sido estrangulada con una soga, de las utilizadas en amarres por pescadores. La profundidad de las marcas y la fuerza ejercida son grandes. El candado es de latón con grillete de acero. Tiene una clave de 4 dígitos.
Quien daba las explicaciones era Gloria Torres, la Médico forense titular.
—¿Habéis averiguado la combinación?
—Sí, es la 3641.
—Es inusual este tipo de crímenes por aquí, ¿verdad?
—Sí, inspectora, llevo cuatro años en la isla y hasta ahora no había tenido un caso de homicidio tan claro. Da un poco de miedo, pero a la vez resulta fascinante.
La agente recogió el dosier completo y volvió a su oficina. Una vez allí, acompañada de un café y un amago de jaqueca, revisó todo lo que tenía. Carmen vivía sola, era viuda, se dedicaba a pequeños arreglos de costura. Nadie vio nada ni a nadie, ni tampoco se conocían enemigos o razones para asesinarla.
Tras varias horas, La inspectora Arjona se quedó dormida sobre la mesa, entre documentos y anotaciones, hasta que el móvil la despertó. Ahora la víctima era un hombre, de 73 años, hallado en la playa, también con marcas en el cuello y un candado colgando de su nariz.
—Es el mismo patrón, estrangulado y con perforación nasal por pequeño grillete.
—¿La combinación?
—Esta vez: 9285.
La siguiente semana fue complicada, una nueva victima de 51 años y no había nada que la relacionara con las anteriores aparte del candado. La inspectora Arjona, obsesionada, repetía las combinaciones buscando un nexo.
—3641,9784,2732—. De repente, entre notas y garabatos halló la solución.
La suma de los dos primeros dígitos menos la suma de los segundos siempre daba cuatro. La resta de las edades de las víctimas también daba cuatro. Ya sospechaba quién podía ser el asesino y por qué lo hacía.
A la mañana siguiente, la inspectora de 40 años fue hallada muerta, con un candado en su nariz cuya combinación era 4321. Gloria, la joven médica forense, limpió el cadáver y luego celebró con champán su cuarto aniversario en la isla.