Al adentrarse la negrura nocturna, un grito adolescente de auxilio quiebra la sinfonía del bosque. Las encinas se contorsionan, alentadas por el despótico silbido del viento, para albergar entre sus ramas el gruñido feroz, no muy lejano, de un animal hambriento.
Una llovizna débil drena la tierra sobre la que asoma la cabeza de Víktor en mitad de una espesa arboleda. Hace horas que ese popular ritual de bienvenida para estudiantes de primer curso tendría que haber finalizado.
Nadie sabe dónde está. Nadie, excepto Claudia y Miguel, que este curso terminan la carrera y tienen alquilada una casa en la misma calle que vive Víktor con su familia de acogida. Y también, ese otro chico, algo más mayor, que ni siquiera se ha presentado cuando ha pasado a recogerlos en coche.
A escasos kilómetros de allí, en la antigua carretera comarcal, un despliegue de servicios de emergencia y cuerpos de seguridad dan por terminado su trabajo. Ana Salcedo, la inspectora al mando recién llegada a ese reducto de la España vaciada, repasa sus notas de espaldas al manto de oscuridad mojada que avanza frente a ella.
– Accidente de tráfico por alcance con animal.
– Ocupantes del vehículo: Tres. Fallecidos. Dos de ellos, son hallados en el maletero con un disparo en la frente: Claudia Piñero y Miguel Rubio. Junto a los cuerpos, se encuentra una mochila con objetos personales de un cuarto sujeto: Víktor Kovalenko. Diecinueve años. Refugiado ucraniano. Estudiante de primer curso de Medicina. Ha sido visto por última vez esta mañana en un bar próximo a su domicilio bromeando con Claudia y Miguel.
Debajo del asiento del copiloto hay varios libros y revistas sobre licantropía. En uno de los recovecos del salpicadero, está el teléfono móvil del conductor: Hugo Cervera. Veinticinco años. Estudiante de Ingeniería Agroforestal. Hay numerosas llamadas a un número sin identificar que se corresponde con una línea de prepago cuyo propietario, por el momento, no se ha logrado rastrear.
De pronto, procedente de las tinieblas, la inspectora se sobresalta al escuchar el susurro de una mujer que no logra ver:
«Con el sacrificio humano del equinoccio otoñal, mantenemos a la bestia alejada del valle».
Salcedo esfuerza la mirada y distingue una silueta alejarse. Sale tras ella poniendo en alerta a su compañero. A los pocos metros, la figura se esfuma entre la inmensidad del bosque insomne y, a lo lejos, oyen unos alaridos aterradores de alguien pidiendo ayuda.
Un gran agujero escarbado en la tierra detiene sus pasos. En su interior y alrededor del mismo, encuentran los restos de un cuerpo aún caliente con la cabeza desmembrada.
Al día siguiente, los medios locales y nacionales no tardan demasiado en hacerse eco de la macabra noticia:
«En la madrugada del 23 de septiembre, Víktor Kovalenko, el joven ucraniano que le dio esquinazo a la guerra, no logró escapar de la conocida “organización criminal del hombre lobo” de la que la Policía tiene nuevas pistas determinantes para su desarticulación».