EL AVISO
IGNACIO NAVARRO ARNAL | IGNACIO

—Probablemente mañana estaré muerta.
El comisario Planas miró con sorpresa a Elena. Estaban en una cafetería, sentados frente a frente. Ella era una empresaria muy conocida en la ciudad y le había pedido una entrevista urgente en un sitio discreto. Ahora sabía por qué.
— ¿Se refiere a una muerte provocada? —preguntó con cautela.
—Van a intentar asesinarme, pero el destino es caprichoso —añadió Elena sonriendo— todavía no está escrita la última palabra. Si no puedo impedir mi muerte, quiero que usted actúe en consecuencia. Le harán llegar un sobre diciendo dónde buscar.
Elena no atendió los requerimientos del comisario para que concretara sus sospechas, ni quiso poner una denuncia ni aceptó ningún tipo de protección. No quería tener una equivocación fatal por una acusación sin pruebas suficientes, ni posponer un enfrentamiento que antes o después tenía que producirse. Además, se trataba de un asunto de familia.
Terminó su café, se despidió del comisario y llamó un taxi. Cruzó despacio la calle mirando con aprensión los coches que circulaban. Se dirigió a la empresa para ejecutar la segunda parte de su plan. Subió a su despacho y le dijo a la secretaria que llamara a su yerno.
Andrés, el marido de su hija mayor, subió de dos en dos las escaleras que comunicaban la nave con las oficinas.
—A ver Andrés —empezó Elena midiendo sus palabras— voy directa a lo que importa. A veces se produce un accidente, ves lo que no tenías que ver y te enteras de lo que no esperabas.
La tensión recorrió las extremidades de Andrés, pero su cara se mantuvo tranquila.
— ¿A qué te refieres exactamente?
—Me refiero, Andrés, a que por una casualidad no buscada he tenido conocimiento del brillante plan que habéis preparado tú y mi hija: quitarme de en medio para haceros con el control de la empresa.
—Estás de broma —afirmó tajante Andrés.
—No sé si será hoy o mañana, si en la calle o en el parquin, pero me van a atropellar. Te diré más, habéis contratado a un conductor que no es de la zona.
Andrés tragó saliva.
—Si quieres terminamos la conversación aquí —continuó Elena con tranquilidad— sales del despacho poniendo cara de que tu suegra está loca, hablas con los tuyos y les dices que mejor lo dejáis, que el comisario Planas está al tanto y dispone de las pruebas necesarias. Si muero lo vais a pagar los tres, mi hija, tú y el asesino.
Andrés se dio la vuelta para salir sin despedirse.
Y dile a Julia —terminó Elena— que por mis nietos, y solo por mis nietos, no os dejaré colgados.
Ya en la calle, Andrés marcó un número de teléfono:
—La vieja se ha enterado. Dile al conductor que se puede quedar con el anticipo y que se olvide del resto.
Elena desde la ventana le observaba. Hubiera sido mejor no saber nada, morir sin enterarse. Ahora los iba a tener que separar de la empresa y de su vida.