En el callejón nocturno, las sombras, las penumbras y la leve luz que llega de las farolas de la calle principal, dan el esbozo del inspector Strigidae, al que llaman El Búho; por sus capacidades para encontrar alimañas cuando han huido después del crimen. Podemos ver sus ojos, con esas córneas que han reflejado tantas escenas de cuerpos acuchillados, disparados o emponzoñados. Cuentan que cuando llega al lugar del hecho, mira de un modo panorámico y, como subido a una rama, ve los detalles desde una altura única, exclusiva, que hasta parece tener el poder de elevar los objetos determinantes que concluirán con el misterio y que el resto son incapaces de ver. Como ese pelo del asesino de niñas, que señaló al profesor de gimnasia; como el anillo de casada que se encontró en la alcantarilla de la Calle del Gato y delató a Dolores, la churrera, asesina de viudos solitarios; como la huella en el pendiente de Estela, la hermosa influencer, estrangulada, y sexta muerte de la serie, que acaba de nombrar al asesino: Bruno Guzmán Díaz, un vendedor de alarmas, al que no encuentran. El Búho voló hasta el callejón que está enfrente de la casa de la que creía que sería la víctima nº7, después de que cayeran asesinadas seis estrellas de la red social Instamind. Ahí, entre las sombras, vemos el perfil de su nariz ganchuda, gomosa, que ha ayudado a esclarecer varios casos; como cuando encontró ese matiz a amapola, para dar con el narco que eliminó al ministro de Transportes. Y esas manos finas, de artista, dotadas de un tacto prodigioso que, con sólo acariciar la piel de un muerto, el Jefe de Personal de Metalurgias K, supo que esa sequedad severa la había provocado el cianuro, químico con el que trabajaban en la compañía y que su secretario decidió desviar en su uso, para servirle un cafetito algo fuerte. Siempre con esa estética que lo confunde con un funcionario de correos. Su traje ceniza; sus zapatones marrones arrugados; su pelo ralo y cano desde los 20, que no termina de caerse del todo. El Búho siempre ha pasado desapercibido entre la masa. Se mimetiza, nadie lo ve, nadie lo siente. Hasta que de repente irrumpe, salta y te atrapa; siempre con un argumento, nunca con violencia. Como llovió, hoy lleva un anorak marrón, feo y discreto. El anorak tiene una raja a la altura del corazón, por donde todavía borbotea un caño de sangre. Bruno Guzmán le ha clavado el cuchillo que compró por Teletienda hace quince años; es japonés y corta tornillos. Bruno Guzmán es más gris que El Búho. Un vendedor escurridizo y rabioso, obsesionado con las influencers de Instamind. Pero el Nº7 de la serie no es otra influencer; es el Inspector Strigidae. Y Bruno, que le ha ganado la partida, tenía calculado que acudiría a ese callejón nocturno. Sembró las pistas; dejó la huella en el pendiente; marcó el recorrido que siguió inocentemente El Búho.