EL CASI PERFECTO ASESINO
Claudia A. Morales | NOVIEMBRE

El tipo era el mejor en su trabajo. Preciso, exacto, impecable. Se jactaba de que no había casos imposibles para él. Difíciles, sí. Imposibles, jamás.
Su desempeño siempre era limpio. Un disparo certero en la cabeza y pum, fin del asunto. 50% como adelanto, 50% con la aparición del cadáver. Luego, lo de siempre. Policía, investigaciones, hipótesis. Notas en los periódicos. “El perfecto asesino”, titulaban. Ya saben, a la prensa le encantan los titulares llamativos. Claro que Jean Reno no tenía ni idea de su existencia. Uno tras otro, los cuerpos brotaban y los casos se archivaban sin condenas ni culpables.
Decidió retirarse cuando en una cita con un futuro cliente, abrió el sobre y vio la fotografía de su ex. Como en una trampa absurda del destino, tenía que matar a la única mujer que lo mantenía vivo. La idea de regresar con ella era lo único que le permitía respirar. No puedo con esto, dijo. Y devolvió el sobre y el dinero.
Luego, con un café de Starbucks en la mano, se sentó en su oficina de la Unidad Central de Inteligencia Criminal para seguir adelante con su segundo empleo. Todavía le quedaban dos años para jubilarse.