EL CASO BLANCANIEVES
TAMARA ACOSTA DIAZ | LUNATICA

Escucho una respiración y siento cómo el corazón galopa en mi pecho. Mi cuerpo está rígido, no responde a los estímulos que mi cerebro le ordena. Cierro fuerte los ojos y vuelvo a abrirlos, esperando despertar de una pesadilla. La ansiedad se apodera de mi pecho, confundiendo la sístole y la diástole en una sola. Una náusea recorre mi esófago. Escucho un nuevo ruido; pertenece al tejido que se arrastra por debajo de mi cama. Antes de darme cuenta, veo una silueta que se yergue ante la oscuridad de mi habitación.

***

—Es la tercera víctima de esta semana. Nunca me había encontrado con un asesino que actuara con tan poco margen de tiempo. Debemos pensar con rapidez si no queremos sumar un cadáver más a la lista. Según los cálculos, hoy debería actuar de nuevo.
Indico al médico forense que prosiga con la exposición de los hechos.
—Emma Finch, de treinta y dos años, vivía sola en el apartamento en el que fue encontrado su cuerpo. El modus operandi es exactamente el mismo que en los dos casos anteriores: muerte por envenenamiento. Se han encontrado en su habitación los restos del pastel de manzana que encontramos en las otras. Algo me dice que estamos ante uno de esos casos en los que el «cómo» es tan importante como el «por qué». Intuimos que el caso Blancanieves responde a algún crimen de tipo pasional, por la forma en la que el asesino se ensaña con la víctima después de muerta. El cráneo de Emma, como el de las demás, fue golpeado a posteriori numerosas veces con algún objeto que todavía no hemos logrado identificar.
—Gracias, doctor Relish —interrumpo—. Vamos a centrar la investigación en descubrir el nexo entre las víctimas y en por qué las envenena precisamente con pastel de manzana. Manos a la obra —zanjo.

***

15 años antes

— ¡Venga, gorda! ¡Corre más rápido! ¡Si no comieses tanto pastel de manzana podrías alcanzarnos!
Las veo a lo lejos, todas en fila con sus uniformes de animadoras. Creyéndose superiores al resto de los mortales. Ojalá dejasen de cocinar el maldito pastel en el comedor del instituto. Una infinidad de malos pensamientos pasan por mi mente. Observo las piedras que bordean el campo de césped y deseo estamparlas en sus bonitas cabezas. Pero me contengo.

***

Cuando llego a casa, me voy directa a la cama y repaso mi bloc de notas. Hay algo en este caso que me resulta familiar, pero no logro caer en la cuenta de lo que se trata. Llevo toda la semana intentando averiguar qué es esta sensación. Mi teléfono descansa sobre la mesita de noche y sospecho que pronto se iluminará y tendré que salir de casa hacia una nueva escena del crimen. Cuando dejo la libreta, cierro los ojos e intento relajarme. Escucho una especie de zumbido, ¿o es una respiración? Antes de que consiga averiguarlo, una silueta se abalanza sobre mí, y en ese preciso instante, consigo recordarlo todo.