EL CASO DE BELASUTE
Mari Carmen Escudero Juan | La empoderada

Desperté. Estaba sumida en una profunda oscuridad. La cabeza me estallaba, empecé a entrar en pánico, me encontraba amordazada, mi boca estaba seca y  no conseguía recordar que hacía allí. Intenté retirar el flequillo de mis ojos y ambas manos se me llenaron de sangre. La humedad calaba mi huesos, escuché lamentos y empecé a recordar: eran las niñas, una ola de alivio me inundó, estaban vivas. Quise moverme pero no pude, sentí por un momento un dolor punzante de desesperación. Él me estaría buscando.
Si, el Comisario Daniel Davila.
Todo comenzó el día que recibí una carta de Dan pidiéndome consejo sobre un caso de jóvenes desaparecidas que tenía en jaque a toda la policía de Belasúte.
El caso había llegado a un punto muerto y él estaba  al límite. Decidí cogerme unas vacaciones.
Era una mañana fría, entré en la delegación de policía y pregunte por él:
– Me esta esperando.- dije enseñándo mi acreditación al policía. Me señaló una puerta.
Llamé, escuché su voz, entré apoyándome en la pared, crucé los brazos, lo miré, mi amigo, mi hermano, se quitó las gafas con gesto cansado, levantó la vista y una carcajada salió de su garganta mientras se acercaba a mi en dos zancadas. Me abrazó fuerte, muy fuerte:
–Maldita sea! – Fue lo único que dijo y su aroma me embargó.
–Bueno entremos en materia. – Dije con un café bien cargado entre mis manos. Dan me había puesto al día de la desapariciones: no había cuerpos, no habían pedido rescate, era como si se las hubiera tragado la tierra; habían barrido toda la comarca sin resultados.
–Quiero una lista de toda la gente que vive hace poco en este pueblo o cerca de aquí.- dije.
Tuve la lista  enseguida. Era corta, solo tres personas, entre ellos el cura. Tuve una  fuerte corazonada, rompí la hoja en dos se la cedí a uno de los agentes.
–Investigen a estos dos vecinos quiero saberlo todo de ellos. Y usted Gerard venga conmigo vamos a dar una vuelta por el pueblo.
Pasé por delante de  Dan y él me detuvo
–Sé que eres la mejor, que tienes un sexto sentido pero ten mucho cuidado e infórmame de todo.
–Está bien! -dije, y le enseñé mi trozo de hoja.
-El cura! -Exclamó– tu estás loca.
–Quiero saberlo todo de él, tengo un pálpito, y tú sabes que no suelo equivocarme.
Nos dirigimos a las afueras, donde vivía el sacerdote. Una señora mayor nos abrió la puerta y nos dejó pasar. El padre Mario tardó bastante en recibirnos, estaba nervioso, llevaba las manos sucias. Empezamos a preguntarle y perdió los nervios. Sacó un arma que yo no vi por estar de espaldas comprobando una posible puerta falsa. Disparó a mi compañero. Cuando quise girarme, algo impactó en mi cabeza y ahora me encontraba retenida. No sé cuantas horas pasaron cuando oí voces. Daniel me cogió en brazos mientras me reprendía.
– Kamikaze…- y yo empecé a llorar abrazada a él.