Eleanor viajaba sola haciendo autostop. Necesitaba llegar al Puerto de Veracruz donde se reuniría con un familiar que le esperaba con la cena preparada y una cama caliente, pero en aquel último tramo se le hizo de noche. La carretera estaba vacía y la neblina de las montañas de Orizaba se apoderaba cada vez más del camino. Eleanor se encontraba entregada a su suerte y asustada por el silencio de la noche, cuando se percató de que, a lo lejos, se aproximaba una luz amarillenta que iba atravesando aquel velo tupido. Era un coche. Y era quizás, la única oportunidad para Eleanor de llegar a su destino, por lo que adelantó un pie sobre el asfalto, inclinó levemente su cuerpo hacia delante e hizo la señal de parada con el dedo. El coche paró en seco y Eleanor se acercó a la ventanilla, percantandose de inmediato de la afilada sonrisa que se asomaba brillante desde la oscuridad del interior del auto. Dudó, pero era medianoche y los lobos acechaban. “Sube, que te llevo” fueron las últimas palabras, casi susurradas, que la joven escuchó antes de subirse.
Y esta fue la reconstrucción de los hechos que dejaron anotados los federales en el cuaderno de investigación de Theodor, a quien despertaron con una llamada, en mitad de la noche, por el descarnado accidente que había ocurrido en la carretera, y que había dejado un cuerpo sin vida separado de su cabeza y un rastro de vísceras que se esfumaba hacia los matorrales. “Los lobos debieron oler la sangre y arrastrar el cuerpo” decían algunos. “Un oso se llevó a la chica” aseguraban otros.
Theodor se acercó a la escena del desastre e inspeccionó cuidadosamente los detalles, ¿Carne? ¿Sangre? ¿Semen? El pervertido conductor había tratado de abusar de la joven y terminaron estrellados tras un intenso forcejeo, ella escapó malherida y debía de encontrarse muy cerca escondida……
¡Espera!
Theodor encontró un detalle más. Era… ¿Qué era aquello? ¿Era ropa? No, no era eso. Theodor dio un paso adelante. ¿Una manta de seda enroscada en la cabeza decapitada? No. Theodor dio un paso más. ¿Una muda de serpiente del tamaño de un ser humano? Y entonces lo supo. Solo un náhuatl muda su piel humana al transformarse. La joven Eleanor no estaba vulnerable, no estaba herida ni tampoco asustada. Había salido de caza y ahora eran ellos, Theodor y los demás, quienes estaban en peligro.