El caso perdido
Raquel Ortiz Bolfán | ROB

En la habitación ciento veintitrés del hotel por horas que había en el paralelo, Rebeca y Juan estaban absorbidos en lo que se podía describir como un híbrido entre una matanza y una sesión de pressing catch en versión provinciana. Rebeca, de rodillas, mirando hacia el cabecero de la cama, cogía las sábanas blancas fuertemente con sus manos, mientras se dejaba penetrar ferozmente por Juan, lleno de sudor y enloquecido por las únicas y fabulosas artes amatorias previas de ella. El ruido que producía junto a los desbocados gemidos no disimulados, se escuchaban en la otra habitación continua, lo que provocaba un curioso efecto mariposa en ese peculiar Love-Hotel. Después de haberse desfogado e intercambiado placenteramente sus necesidades y sus fluidos corporales, los dos, todavía con la respiración entrecortada, decidieron sentarse en la cama para degustar esos dulces tan preciados por Rebeca. Él le había obsequiado con su repostería preferida, comprada en aquella pastelería artesanal de la calle Balmes que tanto le volvía loca. Cómplices sonrientes y satisfechos, con la mirada de amantes, se repartían el manjar en su momento de calma, que inesperadamente se había extendido también en el resto de habitaciones. Repentinamente, sus móviles vibraron a la vez.

−¡Mierda! Es una llamada de Soria. Los de la CGIC deben estar nerviosos por alguna razón −insinuó Juan.
−Pues mi llamada viene directamente de Madrid. Algo gordo se está cociendo –Le respondió ella.

Juan, era inspector de los Mossos de esquadra, destinado al grupo especial de investigación criminal. Rebeca pertenecía al grupo de inteligencia del CNCA, Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista. A parte de ser unos amantes reincidentes y tener verdadera pasión por el sexo y sus profesiones, pertenecían a lo mejor de las fuerzas de seguridad y sus superiores los tenían en una gran consideración.

Los dos se apresuraron para ducharse y salir del hotel. Cuando llegaron al aparcamiento, cada uno subió a sus respectivos coches, no debían encontrar ningún indicio de que estuvieran juntos, eso les podía perjudicar en sus profesiones.