EL CASO TEDDY
Estela Lupidii | Invicta

Ha registrado ya dos veces la habitación y el resultado ha sido el mismo: nada.
No quedará más alternativa que revisar el resto de la casa a oscuras, intentando encontrarlo, porque se está quedando sin ideas. El tiempo se acorta a pasos agigantados y el caso se complica de modos que ni había imaginado. “Calma, Al. Baja las escaleras”. Silenciosamente se asoma al pasillo. Baja, cauteloso, fundiéndose en las sombras.
Desde el salón llegan voces ahogadas, alguna risa perdida que resuena en el silencio espeso de un otoño eterno.
Si todo el mundo sigue allí, no habrá ningún problema. Ni un solo problema.
Sabe que está aquí. Las pistas han sido claras. El rastro es evidente.
Primera puerta: la cocina. No estará allí. Sería una tontería.
Pasa frente a una habitación. En la puerta se lee “Laura” entre mariposas. Esa será la última opción. No ha venido hasta aquí buscando problemas: sólo quiere encontrarlo y salir de allí.
“Tranquilo, Al. Sobre todo, silencio”. Afelpa sus pasos hasta lo imposible. El pasillo es de una distancia tan infinita que parece perderse para siempre. Distingue en la lejanía, en la última de las puertas del pasillo, algo justo al lado de una mesilla de madera que sostiene un reloj dorado. Un destello rojo.
Es su sombrero. Lo sabe antes de acercarse. Allí ha quedado, sin duda una pista para que sepa dónde buscar. Allí está, semioculto por la monstruosidad de madera oscura, pero inconfundible.
Esa es la puerta. Al final del enorme pasillo.
Está allí.
“Ahora más tranquilo que nunca, Al. Abre, sácalo de allí, os vais en silencio y todo ha terminado. Es coser y cantar”. El suelo, brillante, espejado, resbaladizo bajo su calzado dibuja extrañas formas en un mármol siniestro.
La puerta se abre con un chirrido que, juraría, ha despertado a todo el barrio, pero no parece haber alertado a nadie. Está demasiado oscuro para poder distinguir la más leve silueta. Aprieta con fuerza la prenda roja en su mano sudorosa.
– ¿Teddy? ¿Teddy? -susurra con urgencia. Silencio. Aspirando como si le fuera la vida en ello da dos pasos más, adentrándose en la áspera oscuridad. Un sutil aroma le llega a la nariz. Lavanda, tal vez. Entonces un sonido a su espalda le congela en su sitio. Le han descubierto.
Las luces se encienden. Gira, con las pupilas dilatadas y el grito en la garganta. Su mano resbala contra la pared, a su espalda.
– ¿Alfonso? ¿Qué haces aquí?- la mirada de la mujer se clava en el oso de peluche que descansa sobre la lavadora -Vaya, había olvidado llevar a Teddy a tu cuarto-lo levanta y lo pone en las manos de Alfonso en un solo movimiento.
Él le coloca su sombrero rojo, amorosamente. Mamá le abraza fuerte y Al siente en la piel del cuello su sonrisa. Huele a sol.
-Estoy segura de que ahora sí podrás dormir, cariño. Siento haberlo olvidado- Alfonso abraza a Teddy y a mamá.
Todo está bien ahora. Le ha recuperado.