El chico del 7
Juanjosé Alvarez Gonzalez | Marcus Spaghetti

Bajé cansado del ascensor con la esperanza de cruzármelo. Entré al pasillo y al fondo vi que la puerta del piso número 7 estaba abierta. Algo muy raro, pues el chico del 7 había venido a Barcelona como refugiado de un país en guerra y siempre estaba en su piso.

Mi madre abrió la puerta de mi casa y me preguntó por qué tardaba tanto con la salsa de tomates, no sin advertirme que si se quemaban los tallarines, no cenaría.

Le di la bolsa a la mujer que varias veces me había prohibido hablar con el chico del 7.
– ¡Entra coño! – Me gritó desde el recibidor – ¡A comer!.

Miré la puerta del fondo y como hipnotizado caminé hasta ella.
– Hola- dije en voz alta, empujándo la puerta con el pie. Nadie respondió y asomé la cabeza. La casa del chico tenía una bandera de su país, fotos y escritos en su idioma natal – Que triste ser inmigrante- pensé.

Algo brilló en el suelo. Era un anillo. Crucé el salón, llegué hasta la argolla y la levanté. Era de plata con letras talladas y estaba bañada en sangre. Una sangre roja y espesa.

– Esto me suena – murmuré mientras recordé todas las veces que había visto al chico correr por la playa. Con sus pantalones de fútbol ajustados. Sus pectorales al viento y la silueta sudada que ponía cachonda a toda la Barceloneta.

De pronto el terror me invadió. A unos pasos de mi había un dedo humano.

Di un grito. El anillo cayó al suelo y salí corriendo. Iba asustado y aturdido, hasta que los brazos fuertes de mi madre me detuvieron en la puerta de mi casa, preguntándome qué me pasaba. Quise responder, pero ella me dio un golpe en la cabeza y me hizo entrar. Furiosa dijo que no me acercara al chico del 7, pues él era un inmigrante con muy malas costumbres. Yo quise recordarle que ella también había sido inmigrante,, pero no pude.

Enfadada la mujer, me hizo sentar a la mesa. Me sirvió un plato con espaguetis y salsa boloñesa hecha por ella, o lo que yo llamaba, revoltijo de carne picada con tomate frito.

Intenté calmarme. Ella se sentó frente a mí. Le iba a explicar lo sucedido y entonces vi en su dedo anular, la marca que deja un anillo que se ha llevado por años. Estupefacto recordé que el anillo que había visto antes, era el que llevaba mi madre siempre. Tragué saliva asustado y la miré a los ojos . Tuve miedo. Mucho miedo.

– ¡Come! ¡Llevo toda la tarde picando la carne, quiero verte tragar!… y por el vecino no te preocupes, estoy segura que no nos volverá a molestar.

Yo la miré aterrado y miré mi plato de espaguetis con carne, sin saber si comer o no.