EL CRIMEN DEL INSPECTOR
PEDRO ANGEL SERRANO MOLINA | P.HIGHLANDER

—Me lo han asignado. Mi propio crimen —pensé con el cadáver bajo mis ojos radiantes.
Cuando salí de aquel hotel la noche anterior, sabía con certeza que competía a mi jurisdicción. Que era el crimen perfecto.
—Señor Inspector —me habló el oficial científico—. Parece un suicidio. Ha tomado cicuta en esta copa de vino volcada, y ha caído de la silla. La nota de despedida es una prueba definitiva.
—La nota —me dije orgulloso mientras la volvía a ver sobre la mesita—Las personas hacen cualquier cosa cuando un cañón del 33 les presiona el occipital —sonreí para adentro—. Luego, sólo hay que secar las lágrimas del cadáver.

Sería otro éxito en mi carrera. No descubriría al asesino, claro que no. El verdadero triunfo sería lograr la epopeya del crimen, que sólo yo podía cometer. ¿Sin resolver? ¿Para quién? Ja ja ja

—Agente —alcé la voz hacia la mesita, donde hacía fotos a la nota de suicidio—. Le espero para firmar el informe de presencia.
El agente desvió un momento su mirada del objetivo hacia mí y asintió con gravedad, para preguntarme si no deseaba echar un nuevo vistazo a la mesita y la nota y a lo demás sobre ella. Su tono me produjo cierto desasosiego. Por supuesto, le aseguré que no había caso que investigar y el agente regresó con lentitud su mirada sobre la mesita. ¿Habré cometido un error? —me asaltó la angustia observando su precisión con la cámara sobre la maldita nota—. Bah, ha sido perfecto —me dije.
Me detuve en la puerta para departir con el forense y explicarle la evidencia del caso. Debía desviar de mi pensamiento, que brindé con vino con el muerto antes de morir, para no decaer en microgestos incómodos que un forense sabe detectar. Me tranquilizaba tener que apartarme para que los agentes salieran de la habitación. Pero de reojo, veía como el último permanecía ahora observando el cadáver. Es un puto suicidio —le asesté con la mirada.

El forense me hablaba ahora de su hija en el extranjero, y sus estudios de medicina, y otras mier… Yo asentía con fascinación.

—Señor inspector. Señor inspector, por favor —Escuché desde la habitación—. Por favor, debe ver esto. Venga usted sólo.

Tras pausar con educación al forense, mi sonrisa quedó en la puerta y atravesé de nuevo el umbral de la habitación para caminar hacia el agente.

—Señor inspector, fíjese en esto —me señaló tras dejar colgando la cámara de su cuello—. La muñeca izquierda del cadáver está manchada de tinta azul. Como la de la nota.

—¿Y bueno? —le pregunté con desplante.
—Fíjese en la nota y en la pluma que lo escribió, señor.
Aseguro que la emoción del crimen perfecto me embriagó, para no ver aquello. Un escalofría me recorrió.
La nota y la pluma. El cadáver zurdo, y la pluma posada a la derecha de la nota. Hijo de la gr…
—Creo que habrá que tomar huellas del tallo de esta copa, señor. Puede que alguien se la ofreciera.